lunes, 15 de diciembre de 2008

La felicidad se pega

· Nuestro cerebro está equipado con neuronas que imitan la emoción que ven en otro
· Un estudio reciente dice que se puede ser más feliz rodeado de personas felices
· La felicidad no se transmite en el entorno de trabajo

Los neurocientíficos han constatado que nuestro cerebro está preparado para que sintamos empatía, gracias a las neuronas espejo.

Giacomo Rizzolatti es el neurobiólogo descubridor de este sistema por el que nuestro cerebro produce una actividad similar cuando nosotros realizamos una tarea que cuando vemos a un semejante realizarla. También ocurre con las emociones: ver sentir a otro una emoción produce la misma emoción en nuestra mente.

Todo esto lleva a la conclusión de que el ser humano está hecho para ponerse en el lugar de los demás, con el objeto de comprenderlos, pero también de aprender de ellos, de imitar. Estamos equipados para sentir compasión por los demás. Tal vez, si no te sientes feliz, es porque te falta contacto social.

De hecho, un reciente estudio dice que, cuanto más felices sean las personas de tu entorno, más feliz serás tú.

Nick Christakis (Harvard School of Public Health) y James Fowler (Universidad de California) han utilizado el estudio Framingham Heart con el objeto de determinar en qué medida se es feliz, y qué factores influyen en ello. Antes, estos científicos habían demostrado que la obesidad es socialmente contagiosa, o que fumar se expande a través de la red social.

La investigación implicó a 5.124 adultos de edades comprendidas entre los 21 y 70 años y se les siguió desde 1971 hasta 2003.

Para valorar la felicidad, los científicos utilizaron una escala de valores referida a la última semana de la vida de los encuestados. Las 4 respuestas posibles eran: «me he sentido esperanzado con el futuro», «me he sentido feliz», «he disfrutado de la vida» y «he sentido que era tan bueno como el resto de la gente».

Me llama la atención que, en la encuesta (no científica) realizada por el periódico 20minutos, en la que se preguntaba ¿Estar con personas felices aumenta tu felicidad? un 8% de personas contestó: «Imposible, no conozco personas felices», un 12% contestó «No, hace más evidente que yo no lo soy» y un asertivo 10% reconoce que «Me da igual, no me influye.» Y eso que de los datos de Christakis y Fowler se puede deducir que tener amigos infelices a la larga te puede hacer infeliz. Quizá los resultados de la encuesta muestran a estos amigos infelices. Un consejo: no te alejes de la gente negativa, ¡huye de ella! En cualquier caso, también se ha demostrado que es más contagiosa la felicidad que la infelicidad.

Los científicos llegaron a la conclusión de que la felicidad es un fenómeno de lazos sociales, que incluso llega al tercer grado de relación: un amigo feliz en tercer grado (el amigo del amigo de un amigo) sube las posibilidades de una persona de ser feliz en un 6%. Al respecto, James Fowler apunta, «si el amigo del amigo de tu amigo es más feliz, esto tiene más impacto en tu propia felicidad que si te ponen 5.000 dólares extra en el bolsillo.» Quizá Fowler ha sido muy optimista en este comentario. Por lo menos a mí, me cuesta saber quiénes son los amigos de los amigos de mis amigos...

Para reflexionar: ¿es que ya nadie siente envidia de la felicidad ajena?

Una posible respuesta: la felicidad de los compañeros de trabajo no hace efecto. Puede ser que las relaciones con ellos/as se fundamenten en otras dinámicas. Si la felicidad de un compañero de trabajo se debe a que ha obtenido un aumento o un ascenso que nosotros estábamos esperando, no se activan las neuronas espejo. También puede ocurrir que no haya lazos emocionales en estas relaciones.

Lo ideal, lo que aumenta nuestra felicidad en un 42% nada desdeñable, es tener un amigo/a feliz que vive a menos de un kilómetro. Piensa, piensa, ¿qué amistades felices tienes a tan corta distancia?

Si no obtienes respuesta, puede ser el momento de hacerse amigo/a de los vecinos de al lado. Un vecino de al lado feliz marcó un aumento de la felicidad del 34% de su otro vecino.

¿Qué hay de los que viven no ya a menos de un kilómetro, sino dentro de nuestra propia casa, como la pareja? Las probabilidades de ser más feliz al lado de una persona de otro sexo son menores (suponiendo que hablamos de parejas heterosexuales). Parece ser que tomamos más datos emocionales de personas de nuestro mismo sexo, y esto refuerza la teoría de las neuronas espejo: cuanto más parecido es a nosotros el modelo, más nos identificamos y más lo imitamos.

Otro dato a apuntar es que existe una adaptación evolutiva a reír y sonreír, ya que esto estrecha los lazos sociales. Heredamos las neuronas espejo porque ver a otro feliz provoca en nosotros una liberación de endorfinas (la hormona de la felicidad) tan agradable que nos hace felices. En los primates pueden apreciarse expresiones de sonrisa cuando están en un ambiente social relajado.

Ahora que sabemos todo esto, quizá convenga empezar a pensar en cómo nuestro estado de ánimo influye en los demás, y cómo podemos hacerles felices siéndolo nosotros también. Por supuesto, no se trata de fingir, ya que esto conlleva un enorme desgaste de energía. Pero sí que podemos buscar nuestros sentimientos más amables, y podemos empezar a sonreír, y comprobar si esto nos hace sentir mejor.

La posible crítica que puede hacerse a este estudio es que, las personas de una misma red social, suelen tener más características en común, por lo que tienden a influirles hechos parecidos (pertenecen al mismo equipo de fútbol, o tienen la misma ideología, o comparten actividades similares...). La felicidad de alguien con referentes culturales muy distintos quizá no nos influya tanto. De nuevo, las neuronas espejo. Si el modelo no se nos parece, no llegamos a comprender sus estados emocionales.

Para ser más feliz, como ya apuntaba en otra entrada sobre Orison S. Marden, podemos fijarnos en las pequeñas cosas de cada día, en lo cotidiano, y no esperar la gran Felicidad filosófica como valor absoluto y permanente. Si hoy has visto amanecer, si has visto tu pueblo nevado, si tu perro te ha saludado como si no te hubiera visto en años, o si el café estaba riquísimo, estas pequeñas perlas son ahora patrimonio de tu felicidad.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Verdades sobre el dinero

¿Qué es el dinero? El dinero como objeto tangible ha perdido su razón de ser. Cuando el dinero tenía un reflejo como metal noble (Patrón Oro), su valor se comprendía mucho mejor. Hay que decir que todavía muchas personas creen en el patrón oro, es decir, en que los billetes y monedas que manejamos, con escaso valor en sí mismos, tienen un reflejo en unas reservas de oro que están en el Banco de España.

De los activos creados con el cada vez más complejo sistema bancario poco se sabe. Sí se sabe que si todos acudimos al banco a la vez a por nuestros ahorros, no podremos obtenerlos, ya que el banco sólo está obligado a tener una porción de ellos, calculada según el coeficiente de caja. Sin embargo, la proporción de dinero «real» que existe es desconocida para la mayoría de la gente. Aun así, el caso de Argentina, las hipotecas subprime y la caída de algunos grandes bancos internacionales, llevan a la gente a pensar que donde mejor está su dinero es invertido en ladrillo (cosa que ahora también se empieza a ver con escepticismo), o mejor, metido en un calcetín, o bajo el colchón.

El dinero, cada vez más, es un concepto o una abstracción, un número que podemos mantener en la cabeza, o consultar en la cuenta. Sobre él, podemos decir unas cuantas verdades que nos pueden ayudar a comprender mejor qué es el dinero y por tanto a manejarlo sabiamente.

1. Todo ingreso inesperado conlleva un gasto inesperado de igual o mayor cuantía
Esta es la principal Ley del dinero, la madre de todas las demás, y debemos su descubrimiento a Daniel G. En efecto, cuando surge cualquier tipo de ingreso con el que no contábamos, a la felicidad momentánea le sucede un cierto sabor amargo, al comprobar que surge un gasto igualmente inesperado, de importe equivalente: reparación del coche, la declaración nos sale a pagar, se estropea la caldera, se rompen las cañerías, etc. Es el equilibrio del Yin y el Yang...

2. El dinero fluye, va y viene, pero va más que viene
Parece que el dinero más que un objeto fijo, es una corriente, como la del agua, la de la luz y la del gas, que van y vienen misteriosamente, pero que tienen un alta tendencia a correr mucho. Complementaria de la anterior, esta verdad nos hace ver la verdadera naturaleza del dinero: escurridiza.

3. Uno se acomoda a la cantidad de dinero que gana...
... sobre todo si es mayor. Es increíble cómo, cuando hacemos nuestro presupuesto mensual, nos decimos: «con X cantidad de euros más me arreglaría perfectamente». Entonces surge un cambio permanente en nuestra vida que hace que ganemos esa cantidad X de más. Asombrosamente, al cabo de unos pocos meses (dos o tres) comprobamos cómo necesitaríamos una cantidad Y de euros más con la que ahora sí que sí nos arreglaríamos perfectamente.

4. El dinero la mayoría de las veces no existe: o es un papel, o es una chapa con un careto, o es un número en una cuenta que quizá no tenga reflejo real al 100%
Como adelantaba en la introducción, la existencia de nuestro dinero es relativa, como todo en esta vida. Cuando éramos pequeños y nuestros abuelos nos daban la propina, guardábamos aquellas monedas (con suerte billetes) con mucho cariño, comprábamos caramelos, disfrutábamos... De aquella época dorada viene la creencia de que esas monedas y billetes sirven de algo. Cuando menos te lo esperas, se convierten en papel mojado, como cuando entró la moneda Euro y la equivalencia cambió: 100 pesetas de antes, 1 euro ahora, eso del 166,386 no sirve.

5. Está en nuestra mente, no en nuestro cuerpo
Entrando en temas totalmente místicos e incomprensibles, podemos concluir fácilmente que el dinero es algo de lo que no disfruta el cuerpo hasta que lo convertimos en bien tangible. En cambio, nuestra mente es feliz viendo números altos en la cuenta corriente. Si esto es así, ¿por qué no engañarnos un poco y añadir algún que otro cero al número que veamos? (ADVERTENCIA: hacer sólo con números positivos). Quizá logremos acabar viendo un número así de verdad. De ilusiones vive el ser humano.

6. Las necesidades básicas se cubren con muy poco dinero
La mayoría de nosotros/as, si nos preguntamos qué es lo realmente necesario para sobrevivir, y hacemos un estudio profundo de lo que ya tenemos, podemos darnos cuenta de que se puede vivir dignamente a un coste más bajo del que creemos. Podemos comer muy bien, vestir correctamente e incluso darnos algún capricho de vez en cuando si nuestro objetivo es dejar de derrochar.

7. Cuanto más dinero se tiene, más cosas se consideran necesidades básicas
Así es. Las necesidades básicas como un coche nuevo, una casa grande, muebles buenos, televisiones de pago, comida de antojos y ropa de marca, son realmente básicas... La comida normal, la ropa que podemos seguir utilizando seis meses después a riesgo de no ir a la moda, y la casa humilde y sencilla, en cambio, son demasiado caros para la mayoría de nosotros: nos duele la (des)ventaja comparativa, que es mucha en este caso.

8. Muchas veces se piensa que se necesita más dinero al compararse con otros que parecen tener un coche mejor, una casa más grande y vacaciones increíbles
Derivada directamente de la anterior, esta verdad es una de las más dolorosas. Quizá uno de motu proprio cambiaría de coche cada ocho o diez años. Pero resulta que las personas de nuestro entorno lo hacen cada cuatro o cinco. Quizá viviríamos de alquiler, pero nos mueve el afán de poseer: los demás lo hacen. Puede que las ciudades españolas tengan cierto interés, pero luego mis amigos hablan de que se han ido a Perú, a los Roques, o a Tailandia, y claro, Logroño ya no entra en la conversación.

9. Pocas personas comparan su renta con la del resto cuando se trata de alimentarse bien, de hacer ejercicio o de respirar aire puro
Al respecto del dinero, se establece una lista de cosas importantes alejadas de las cosas realmente buenas para la salud. Nadie busca compararse en quién come más fruta, o quién recurre más a las pizzas. Tampoco vende mucho hablar del paseo tan gratificante que diste el fin de semana, frente a contar la última superproducción de Hollywood. Si cuentas que haces ejercicio puedes ser adorado/a a la vez que envidiado/a, pero si encima lo haces gratis porque sales a correr o en bici, entonces no se te perdonará jamás estar en forma. ¿Dónde está el gimnasio de a 100 € al mes?

10. Todo es relativo
Como queremos conservar el tono de humor, no vamos a entrar mucho en otras consideraciones, pero recuerda que el mundo en el que tú vives supone el 15% de la población mundial y posee el 85% de la riqueza. Claro que los ricos son otros, siempre son otros. Para una persona que tienen que caminar varios kilómetros para beber agua potable, tú eres inmensamente rico/a. Piénsalo.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Cómo ser feliz en plena crisis





Ya que todo el mundo habla de crisis, me voy a subir yo también a ese carro, para aportar un pequeño granito de arena que ayude a hacer frente a la nueva coyuntura. Incluso si las circunstancias personales de uno no han cambiado, el que se hable de caída de los principales bancos de los principales países, y de aportaciones multimillonarias por parte de los estado, hace que sintamos el suelo temblar bajo los pies.



No trato de dar una visión económica del tema: hay suficientes blogs, periódicos y demás llenos de expertos en Macroeconomía. Lo que trato es de dar una visión de qué podemos hacer, tanto si nuestra situación ha cambiado como si tememos que lo haga en un corto plazo de tiempo.
Empecemos por lo más simple. Tal como apunta el gran Zelinski, existen básicamente dos formas de hacer frente a cualquier problema de liquidez; ningún economista negaría que son fantásticas. La primera es gastar menos de lo que se gana. La segunda es ganar más de lo que se gasta. Ahí acaba todo. Con ser tan sencillo, conozco a muchas personas incapaces de hacer esto, de forma que gastan siempre más de lo que ganan y ganan siempre menos de lo que gastan. ¿De dónde sale el restante? Se lo prestan otros, desde familiares y amigos que dejan de serlo hasta los bancos a un cierto tipo de interés. Acaban por tener que devolver cantidades mucho mayores que las que pidieron, por lo que tienen que pedir más para devolver lo pedido, y entran en un peligroso círculo vicioso.
Regla nº1: gasta menos de lo que ingresas
Regla nº2: ingresa más de lo que gastas
Para lograr una maestría en la aplicación de estas dos importantes reglas, existen varios trucos que pueden llevarse a cabo.

1. Haz una lista de la compra: parece una tontería, pero cuando uno se atiene a la lista, compra menos y mejor. Si vamos por el supermercado mirando a nuestros dos lados, creeremos estar en el paraíso del capricho incesante, de la necesidad permanentemente insatisfecha, del deseo continuo... Si nos atenemos a la lista, compramos marcas blancas y buscamos descuentos por volumen, podremos ir arañando algún que otro euro para más adelante. Por cierto: ¡no vayas a la compra con hambre! En caso contrario, puedes encontrar el carro lleno de donuts con diferentes coberturas, de patatas fritas con diferentes sabores, salsas de todo tipo y poco más. Nadie me cree, pero yo compro en 15 minutos. Entro por la puerta, busco lo que necesito, salgo por la puerta. Es así.

2. Recorta los gastos de aquello que no necesitas: la mayoría de las personas, cuando nos enfrentamos a nuestra lista de gastos, la recorremos varias veces hasta concluir «no hay nada aquí que no necesite.» Pero si tu sueldo se recortase a la mitad, ¿qué harías exactamente para salir adelante? Quizá dejarías de considerar ciertos gastos como imprescindibles, por ejemplo las televisiones de pago, la suscripción a una revista que no lees, la ropa a la ultimísima moda de hace dos minutos, el maquillaje y las cremas caros, peluquería, diversos aparatejos que se usan de año en año... Considera la posibilidad de ir al trabajo en transporte público: contamina menos, y así sentirás que estás haciendo algo por la Tierra y sus habitantes, y tú eres uno/a de ellos. Las vacaciones quizá las tengas que hacer a un lugar más cercano, u olvidarte de ellas temporalmente. No es un drama, existen cosas de las que se puede disfrutar gratis, más abajo lo explico mejor.

3. Busca otras fuentes de ingresos: reconozco que no es tan fácil encontrar otras fuentes de ingresos. Es agotador estar pluriempleado, y quizá no se esté en disposición de hacerlo por las circunstancias familiares. Bien, se puede vender aquello que no se utiliza en tiendas de segunda mano, se puede hacer algún trabajo de pocas horas que complemente al que tenemos, o se puede buscar otro trabajo en que nos paguen más. Quizá crees que es imposible que encuentres un trabajo mejor remunerado dadas tus cualificaciones. Puedes hacer cursos de formación profesional, o puedes buscar, porque quizá sí existe ese otro trabajo.

4. Valora los activos que estás manteniendo: hay una serie de cosas que nos atan como a esclavos, y la más importante es la hipoteca. A veces mantenemos activos contra viento y marea, trabajando exclusivamente para la casa, o para el coche. Tal y como está ahora la cosa, muchas familias ven aumentar la letra de su hipoteca pero no ven la posibilidad de vender la propiedad asociada a ella, bien porque no ganarían lo que valía hace tan sólo unos meses, bien porque irse a otra semejante sería tener el mismo perro con distinto collar. Algunas personas están alquilando su casa, mientras se van a una vivienda más asequible, también de alquiler. Aunque nuestra mentalidad es querer poseer a toda costa, y el activo que más valoramos es el inmobiliario, alquilar y no comprar es una opción a tener en cuenta en estos tiempos.

5. Sé más listo que ellos: igual que muchas veces pensamos que nuestra fuente de ingresos está fija y no la podemos aumentar, otras veces pensamos que nuestros gastos son inamovibles. Están surgiendo iniciativas muy interesantes para empezar a ser el «soberano consumidor» que se nos supone ser en Teoría Económica. Tú eres el experto/a sobre lo que compras, tú eres quien elige, y quien puede exigir mejores condiciones y reclamar cuando te cobran lo que no debieran cobrarte. Si quieres saber más sobre esto, visita http://compraexperta.com/ y te harás una idea de lo que quiero decir: existen muchos servicios que pagamos y por los que podríamos pagar mucho menos. Infórmate.

6. Desde ahora, todo es tuyo: esta solución es la que más me gusta a mí y la que menos te va a gustar a ti si eres una persona práctica. Sin embargo, numerosos autores, y místicos de diversas corrientes, han utilizado este medio para ser las personas más ricas del mundo, para vivir en la abundancia, para sentirse satisfechos... Si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta de que el más rico tan sólo disfruta de la vista de lo suyo, pero al tiempo sufre por el miedo a perderlo, a que se dañe, y paga por mantenerlo, por protegerlo. Orison S. Marden nos aconseja sentirnos ricos por todo lo que podemos disfrutar gratis, por los llamados «bienes libres.» Rockefeller y Onassis no pueden poseer más que tú y que yo la puesta del sol, la vista del mar, respirar el aire puro, ver la luna llena, pasear por las calles. No tiene nadie título de propiedad sobre lo más bonito que podemos admirar, sobre los grandes poemas que encuentras en una biblioteca, sobre la música que hizo Mozart, sobre el aroma de los pinos...

Poseer una obra de arte, por ejemplo un cuadro de Velázquez, te obliga a: tener una pared suficientemente grande, tener mucho mucho dinero para comprarla, para protegerla, para restaurarla... Y si consigues todo eso, al cabo de unos meses pasarás por delante de ella sin darte cuenta de que existe. Si la dejas en el Museo del Prado, puedes ir a verla cuando quieras, compartir con otros su belleza, y compartir también los gastos de mantenimiento. La obra de arte en tu casa te hace esclavo; en el museo, te hace señor.
El mundo es de quien puede gozarlo, admirarlo, respirarlo, tocarlo... Por poco dinero puedes subir a un tren y recorrer tu ciudad de arriba a abajo, sintiendo que todo lo que te rodea está hecho para ti. Querer tenerlo todo, querer que todo esté bajo títulos de la propiedad, hace que no puedas atender a nada más que a la esclavitud que con ello te impones. Esto me recuerda a la película "Entre pillos anda el juego". En ella, dos corredores de bolsa se apuestan por un dólar que un hombre pobre, con el dinero y las posesiones de un rico, acaba comportándose como tal. Y viceversa. Para ello, cogen de la calle a un vagabundo (Eddie Murphy) y le ponen en el lugar de un ejecutivo (Dan Aykroyd). Cuando el vagabundo comienza a tomar posesión de la condición social del ejecutivo, lo primero que hace es empezar a guardarse en los bolsillos, disimuladamente, todo lo que ve de valor en «su casa.» Le hacen ver: «¡te estás robando a ti mismo!» Pues bien: sorprende ver la cantidad de gente que una y otra vez se roba a sí misma sin darse cuenta. Si todo es tuyo, si sólo en ti está la facultad de poseer aquello que disfrutas, aquello de mayor valor para ti, ¿por qué necesitar un título de propiedad? ¿Por qué envidiar a aquellos que lo tienen? ¿Por qué ponerse en situación de esclavitud con respecto a un objeto material?
En palabras del propio Marden:

Pobre es quien no está satisfecho. Rico es quien se contenta con lo que tiene y puede disfrutar de cuanto los demás poseen.

domingo, 26 de octubre de 2008

Un estómago a un cerebro pegado


Discutía el otro día con una amiga cuál es el fin último de todo ser humano. La verdad es que, tras un estudio concienzudo de libros como El hombre en busca de sentido o Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, había concluido que el ser humano persigue un fin superior. Este fin sería de carácter altruista, idealista, vocacional.


Las lecturas sobre neurociencia y neurobiología me confirmaron por otro lado mi creencia de que el ser humano está compuesto de cuerpo y cerebro, es decir, de cuerpo y cuerpo. Cada vez más, aquellos procesos que llamamos «mente» y que habían pertenecido a un reino espiritual, se le van robando al «alma» y se van localizando en áreas cerebrales.


Por la razón que sea, una frase en boca de un personaje de Galdós me hizo despertar de pronto, sentir un chasquido de los dedos, un eureka, al escuchar a este personaje decir: «Indigno linaje humano, ¿qué eres? Un estómago y nada más.» Rápidamente acudió a mi mente otra frase similar, esta vez de Unamuno: «el cerebro en cuanto a su función, depende del estómago.»


Así que ya tenemos un cerebro que yo suelo comparar a un cuadro de mandos, y un estómago que se impone en los momentos difíciles, en los que desaparece toda convención social y reina la Naturaleza pura. Un estómago a un cerebro pegado.


El estómago es el reflejo físico del instinto de supervivencia: si no como, me muero. El cerebro sirve para garantizar nuestra supervivencia, y para ello tiene una estructura, el sistema límbico, que controla las funciones vitales más importantes. Se sobrevive huyendo del peligro o enfrentándose a él, y se sobrevive comiendo. La búsqueda de seguridad, de estabilidad y de dinero suelen ser lo mismo que el instinto de supervivencia, instrumentado en los medios con los que se sobrevive. Luego viene el de reproducción. Y ya.


A los neurocientíficos les cuesta ver qué papel han jugado en la evolución las otras cosas, tales como la música, la poesía, la pintura... o la mística. Un papel que parece ser secundario y al mismo tiempo se revela como trascendental. Tal como dice Francisco J. Rubia, «el valor de supervivencia de estas experiencias estaría en la superación de la ansiedad y el miedo a la muerte al conectar con algo que se percibe tanto eterno como fuera de nosotros mismos.»


El considerar que somos un estómago tiene implicaciones muy felices para mí, y explicaría muchas de las decisiones que he tomado en la vida y que no se explican con otros razonamientos más profundos. El ser un estómago es buscar el placer, el disfrute, el gozo de la comida, sentirse saciado, entrar en calor, poner a trabajar el cuerpo tanto en la búsqueda de la comida como en su digestión. Ser un estómago es como ser una célula gorda que, como todas las células, quiere seguir viva. Ser un estómago es buscar un trabajo que me dé los medios para llenarme y saciarme y sentirme feliz, sentir el placer de las endorfinas liberadas al relajarme tras haber comido. Y así.


Yo cuando le planteaba esto a mi amiga, veía en su cara el escepticismo, y una cierta decepción. ¿De modo que somos animales que buscan saciarse? ¿Dónde queda el amor, los sentimientos altruistas? ¿Dónde queda lo espiritual, lo trascendental?


El ser un estómago no quita para que seamos un estómago social. La evolución ha premiado los comportamientos altruistas y la cooperación nos es interesante desde un punto de vista biológico. En situaciones como la que describe Viktor Frankl en el libro mencionado más arriba, es decir, la permanencia por un largo periodo de tiempo en un campo de concentración, surgen comportamientos bellísimos que nos alejan de esa concepción de estómago. Teniendo tan sólo un mendrugo de pan para comer, un recluso era capaz de compartirlo con otro, o incluso de renunciar a él. En cualquier caso, veo que la norma general es quedarse el mendrugo y ocultar muy bien que se tiene, por el temor de ser robado.


Analizarnos como estómagos andantes también nos ayuda a ver en qué medida creemos que nuestros estómagos son muy grandes e insaciables. El estómago físico necesita comer, pero el estómago psicológico necesita dinero de sobra, una casa, un coche, un trabajo seguro, más dinero, una casa más grande, otro coche mejor, un puesto más alto... Probablemente siguiendo este ciclo ascendente y sin fin, el estómago físico se resienta de indigestión.

miércoles, 15 de octubre de 2008

La Realidad de aquí y ahora


«Si un habitante de cualquier otro planeta visitara los Estados Unidos...»

Orison Swett Marden nos habla de nuestro enfoque vital en el futuro. Con una perspectiva curiosa de la vida cotidiana en EE.UU. en su época, imagina a un extraterrestre visitando ese país, y sorprendiéndose de cómo vive la gente en él. Y es que todos parecen haber parado en una estación de paso, pues en vez de aprovechar la vida que les llega tal y como es, tienen la vista continuamente centrada en el futuro, en lo bueno que habrá de llegar para sustituir lo de ahora, que es mediocre, malo o insoportable. Es tan intensa la visión que se tiene del futuro que se pierde la capacidad para disfrutar de lo que hoy, aquí y ahora, tenemos delante.

Vivir para mañana tiene la triste paradoja de que, cuando llega este mañana, seguirá habiendo otro mañana. En otras palabras, vivir para mañana es vivir en un mundo de crónica insatisfacción, de escasez, de necesidad: nunca nos sentiremos satisfechos así, porque nunca habremos alcanzado nuestra meta. Es una especie de carrera de ratas (como dicen los estadounidenses, "rat race") por unos laberintos que no acabamos de adivinar, en busca de unos quesos prometidos que nunca llegamos a alcanzar.

Esta perentoria necesidad que tenemos de vivir en cualquier otro lugar menos aquí y ahora parece una ansiosa huida. Cuando estamos en la oficina, estamos deseando marcharnos de allí, o encontrar cualquier hueco para leer un chiste que nos envían por email. Pero si pasamos pocos meses sin ocupación, empezamos a echar de menos estas horas de oficina, ya que sólo recordamos lo bueno de ellas, y volvemos a fijar la vista en un futuro inexistente.

¿Qué pasa con el aquí y el ahora? ¿Por qué es tan insoportable? Bien, por de pronto, es aburrido. Crear imágenes para el futuro es mucho más divertido y motiva más. Cuando la realidad que tenemos delante nos resulta desagradable, llenar la mente con imaginaciones sobre una futura casa, un futuro coche, un futuro trabajo o una futura familia nos alivia. Y el placer de la imaginación, que parece propio del ser humano (quizá algún animal de orden superior también la tiene), es algo positivo y agradable. El problema es cuando se convierte en esclavitud.

Es decir, el problema son nuestras expectativas de cómo debería ser, y no está siendo, nuestra vida. «La mayoría estamos descontentos, inquietos y nerviosos y nos consideramos infelices,» nos dice Marden. Estas expectativas tienen algún fundamento en momentos que juzgamos como muy felices, como las vacaciones, los fines de semana, o momentos extraordinarios en nuestra vida. En cambio, con la vista puesta en lo que tenemos ya, dejamos de comparar nuestra situación con otra deseada y supuestamente superior, y empezamos a sentirnos más relajados y satisfechos.

En las culturas orientales hay un profundo estudio de esta forma de ser en la que vivimos en permanente insatisfacción. Por ejemplo, Chogyam Trungpa, autor budista, nos compara a un ser que tiene un estómago muy muy grande y una boca muy pequeña, de manera que nunca logra llenar ese estómago y permanentemente tiene hambre. Por otra parte, hay un cuento sufí sobre una vaca que vive en una isla, y pasa el día comiendo. Cuando llega la noche, se encuentra con la preocupación de no tener qué comer al día siguiente, de forma que todo lo que había engordado durante el día, lo pierde cada noche, al enflaquecer de ansiedad y desesperación.

El propio Marden nos cuenta la historia de los hijos de Israel y el maná. Cuando caminaban por el desierto, recibían cada día maná del que alimentarse, un manjar milagroso, enviado por Dios a modo de escarcha. Los que no tenían confianza en Dios trataron de guardar parte para el día siguiente, pero lo encontraron corrompido. «De no atender al día de hoy provienen la miseria, flaqueza, desconsuelo e ineficacia de nuestras vidas, pues no concentramos nuestra energía, anhelo y entusiasmo en el día en que vivimos.»

La flor está viva hoy, hay que cogerla hoy, disfrutar de su aroma hoy. Carpe Diem significa esto.

Como podemos ver, estas reflexiones sobre la necesidad de disfrutar el momento, y de tomarlo tal y como es, vienen de antiguo. El ser humano siempre ha vivido una fantasía en la que se proyecta hacia el futuro y desde el pasado. Pero lo único que tenemos en la mano, de lo único que tenemos certeza, es de hoy, del aquí y ahora.

Pienso que intelectualmente sabemos que lo que existe es el presente, que la visión de futuro es más bien cerebral, y que es ahora cuando podemos promover cambios para estar mejor después, recordando que las dificultades nunca se resuelven por completo, y que aparecen nuevos desafíos. Y aunque sabemos todo esto, no lo hemos experimentado, no lo hemos vivido, de forma que no nos dice nada el conocimiento de que todo lo que hay es el ahora. Parece ser que las personas que han alcanzado la iluminación o autorrealización sí tienen este conocimiento experiencial de la realidad. Nos lo cuentan con palabras atónitas, perplejos, formando imágenes que no comprendemos: hasta que no sea uno mismo quien se come ese filete, de poco le va a servir que otro le cuente a qué sabe.

Una forma que he encontrado de intentar disfrutar del día es la que propone el propio Marden. Se la recomiendo a todo el mundo, y creo que les está funcionando tan bien como a mí: se trata de levantarse cada mañana y decirse: «VOY A DISFRUTAR EL DÍA DE HOY.» Si pase lo que pase nos mantenemos firmes, si a pesar de lo que suceda nos proponemos ser felices, podremos gozar plenamente de todo cuanto tengamos delante. «No voy a intentar huir de la realidad, ni tampoco voy a luchar contra ella. La voy a aceptar, la voy a vivir con intensidad, y voy a vivir este día de principio a fin. Cuando llegue la noche, podré decir: "hoy he estado viva".»

En lugar de vegetar arrastrándose por la vida, si comenzamos cada día con este firme propósito, aunque luego se tuerzan las cosas, sacaremos fuerza y energía de lo que vaya sucediendo, entrenando así a nuestra mente a sacar el jugillo de lo que tenemos delante y a dejar de evitarlo montando fantasías sobre un futuro mejor.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

La alegría del vivir

Deambulaba por el anticuario del francés, al pie de Mojácar pueblo, y de vez en cuando leía con desinterés alguno de los títulos de los libros que servían de decoración. La mayoría de ellos era en francés, y se encontraban en contextos donde llamaba la atención aquello que decoraban: la alacena, la mesa, la estantería.

Aprisionado entre otros seis y dos planchas de hierro a modo de sujeta libros, había un librito que se titulaba La Alegría del Vivir. Por curiosidad, lo hojeé, y vi que estaba subrayado en rojo, y que las frases subrayadas eran muy elocuentes, llenas de fuerza. Por ejemplo: «No están estas gentes definitivamente establecidas ni en verdad viven en el hoy y en el ahora, sino que confían en vivir mañana, el año que viene, cuando sus negocios prosperen y se acreciente su fortuna y se muden a la casa nueva con nuevos muebles y adquieran el nuevo automóvil para desechar todo cuanto ahora les molesta y rodearse de comodidades. Les parece que entonces serán felices, pues hoy no disfrutan verdaderamente.»

¿Quién es este tal Orison Swett Marden?, me dije leyendo el nombre del autor en la portada. La edición, de bolsillo, carecía de todo el encanto propio del lugar en que me encontraba. El libro no podía ser más feo; la traducción no era muy buena y estaba muy anticuada. Cada vez más interesada en ese pequeño objeto de anticuario, leí un poco sobre la vida de su creador. Orison fue coetáneo de Galdós, mi autor español favorito, y vivió una vida digna de unos Episodios Nacionales de EE.UU. De orígenes humildes, Orison Swett sólo pudo heredar de sus padres, que murieron cuando él era pequeño, su curioso nombre, que simboliza la oración y el trabajo. Todo en su vida fue una lucha para salir de su situación y llegar lejos, para dejar de ser un aprendiz apaleado por sus diferentes amos y convertirse en un gran empresario que escribía incesantemente, en privado, en secreto; que no cesaba de escribir mientras construía hoteles.

Cada vez más interesada en la sabiduría de Orison, y en sus poderosas frases, cerré mis manos sobre el libro y pensé llevármelo de allí a cualquier precio. Pero me salió gratis: el anticuario francés consideró que, dado el volumen de otras cosas que le comprábamos, aquel insignificante librillo podía ir de regalo, y eso que su precio era de tan sólo un euro. ¿Un euro por tanta enseñanza?, pensé, esto es un tesoro oculto.

Esto ocurrió en agosto, y he podido leer el libro al completo unas cuatro veces, lo he subrayado por todas partes y, cuando voy a viajar en tren, lo llevo en el bolso, y abro por cualquier capítulo y vuelvo a recibir el positivismo y la energía de Orison a través de los tiempos.

¿Qué puede decir Orison de especial, de importante, en menos de 160 páginas? Pues resume, a modo de librito magistral, todo aquello sobre lo que llevo investigando varios años. Recoge la semilla dorada de todo lo que después han dicho Stephen R. Covey, Anthony Robbins, Daniel Goleman, etc., pero me consta que hay un matiz: Orison lo ha vivido por sí mismo, lo ha experimentado, y saca estas conclusiones de su inspiración más profunda, de su observación de las gentes. Orison parece ser el primero (en occidente, en la cultura capitalista) de una larga cadena de conocimientos que nos hacen mejores, de lo que se llama desarrollo personal, y lo hace con frases que han resultado ser «citas célebres.»

En efecto, cuando busqué su nombre en Internet me pasó aquello que te pasa siempre que buscas algo en Internet: ves que miles de otros ya lo conocían, ya hablaban de ello, y ya lo utilizaban, y el tesoro deja de pertenecerte. Se me quedó una sensación de decepción, de sorpresa descubierta a destiempo, propia del ego. Pero también una sensación de alegría al comprobar que Orison sí pertenece al saber popular y no se había quedado perdido entre bibliotecas y anticuarios franceses.

Es muy posible que vaya a seguir citando a Orison durante un tiempo, pero me gustaría empezar a revelar aquello que he encontrado en él, por medio de sus frases, y por medio de lo que hay más allá de ellas, entre líneas. Cierto que el autor trata temas pasados de moda, basados en costumbres y valores de su tiempo (siglo XIX). Esto ocurre con muchos libros reveladores, que tienen partes menos reveladoras sencillamente porque están demasiado centradas en la época concreta en que se escriben, y no en los universales que pretenden transmitir. Separando el grano de la paja, y obviando la traducción de la época, podemos aún pulir el bello metal del libro.

Lo primero que destaca el autor es la búsqueda de la felicidad. «La felicidad es el destino del hombre» es la primera frase de La Alegría del Vivir. Orison observa que los seres humanos buscamos ser felices, esto es, tener goces y placeres, y al perseguir la felicidad, ésta se nos escapa una y otra vez. No tiene sentido buscar aquello que ya está en casa, pero que no sabemos ver. Los peces se preguntan unos a otros qué será aquello del agua, porque no se dan cuenta de que es su aliento mismo. En cambio, pequeñas satisfacciones enfocadas a dar, a ayudar, sí traen felicidad a nuestras vidas. Quizá imaginamos que la felicidad es aquello que nos ocurrirá cuando nos toque la lotería. Y es cierto que se debe de sentir un gran entusiasmo... que sin embargo dura unos instantes. O imaginamos que la felicidad se siente cuando estamos de vacaciones, es decir, alrededor de 22 días al año, veintidós días de trescientos sesenta y cinco. Vaya... Bueno, si sumamos los fines de semana, tendremos felicidad quizá 128 días, esto suena mejor, pero sospecho que no es el camino para encontrarla.

Me gusta mucho la forma en que lo pone Orison, pues compara la felicidad con un mosaico compuesto de pequeñas piezas de escaso valor, que colocadas en una combinación acertada, forman una joya preciosa. Esos pequeños momentos de felicidad que están esparcidos por nuestra vida los rechazamos porque no cumplen la talla mínima que imaginamos han de tener. Buscamos más la felicidad en la sobreexcitación del sistema nervioso, en comer, beber, en satisfacer los apetitos y alcanzar lo que deseamos, a veces a costa de nuestra propia salud.

En una cultura de insatisfacción crónica, nos parece siempre que lo que buscamos está en un horizonte más allá de lo que vemos, que seguramente cuesta mucho dinero y esfuerzo, y que pasa por centrarse en uno mismo. «Quien ande en busca de la felicidad, recuerde que donde quiera que vaya sólo encontrará la que consigo lleve. La felicidad no está jamás fuera de nosotros mismos ni tiene otros límites que los que nosotros mismos le señalamos.» Orison, como los sabios orientales del budismo, taoísmo o sufismo, pone el acento en buscar aquí y ahora, en lo que vemos, dentro de nosotros, sin pagar ni un duro, sin forzar nada, dejando que todo ocurra, centrándose en los demás. Y esto nos remite a la cita del principio, y a otra perla de nuestro amigo: «La felicidad dimana de dar y entregar, no de recibir y retener [...] La infelicidad es el hambre de adquirir; la felicidad el hambre de dar»

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Los 10 mitos del coaching más frecuentes

Cada vez se habla más de coaching, sobre todo en las empresas, pero muchas personas no saben exactamente de qué se trata. El problema empieza en la propia palabra. Coaching es una palabra inglesa de difícil pronunciación para los españoles. A diferencia de marketing, que ya es reconocida por los diccionarios, coaching no se pronuncia como se escribe, es muy reciente, y por ello crea cierta resistencia.
Lo malo es que los profesionales de esta materia no podemos llamarla de otra forma, porque lleva a error. Si decimos que somos entrenadores, todo el mundo piensa en el entrenador deportivo, en que ciertamente tiene origen la palabra. Si decimos que se parece a... (terapia, PNL, mentoring, counselling...) sólo aumentamos la confusión, pues no es nada de esto aunque pueda compartir técnicas, y orígenes con algunos de ellos.
Y lo bueno es que el coaching no es nada místico, no es difícil de realizar, y aporta resultados claros y destacables. Lo que hace falta es dejar atrás algunos mitos que rodean a esta gran técnica de comunicación.


Mito: Es muy difícil definir coaching

Muy al contrario, está claramente definido y delimitado, y se explica en pocas palabras: coaching significa ayudar a las personas a definir metas claras y a establecer un marco de tiempo específico en el que alcanzarlas. El tipo de objetivo que se persigue es lo que diferencia un proceso de coaching de otro. Si el objetivo es profesional, personal, o una combinación de ambos, delimitará un coaching profesional, personal, empresarial, de conciliación de la vida privada y laboral, etc.
Yo no puedo enseñaros nada, sólo puedo ayudaros a buscar el conocimiento dentro de vosotros mismos; eso es mucho mejor que traspasaros mi poca sabiduría.
Sócrates Existen dos grandes corporaciones internacionales, la IAC (International Association of Coaches) y la ICF (International Coaching Federation), con sus propias definiciones de coaching. Según la IAC, coaching es una forma avanzada de comunicación, que sirve para ayudar a un individuo, organización o equipo a producir un resultado deseado, gracias a la co-creación de conciencia y a la resolución de los problemas. Según la ICF, coaching es ayudar a establecer mejores objetivos y a cumplirlos, es pedir al cliente que haga o sea más de lo que hubiera hecho/sido por sí mismo, y proporcionarle un enfoque, herramientas y apoyo para obtener resultados más rápidamente y conseguir más.

La clave: el coaching es un proceso bien definido, y las variaciones que pueda tener dependen de la persona que recibe el proceso (coachee) y del tipo de metas que persigue.

Mito: El coaching es sólo para las empresas

En España se está empezando a hablar de coaching, cuando en EE.UU. lleva en auge desde los noventa. La entrada de esta disciplina se ha producido desde el entorno empresarial, donde está apoyada por la consultoría, el estudio del clima laboral o la formación. El coaching sería entonces un elemento más de la labor de empresas consultoras de recursos humanos. Sin embargo, su práctica utiliza una serie de competencias que ayudan a la persona que lo recibe a darse cuenta de creencias que lo están limitando, a descubrirse a sí mismo/a, a sacar grandeza de sus capacidades, a contemplar más opciones o a aprender a aceptar su realidad tal como es, entre otras. Por tanto, toda persona con una meta a conseguir, sea en lo personal o en lo profesional, puede muy bien beneficiarse de un proceso de coaching.

La clave: la riqueza de esta disciplina es tal que no puede estar limitada a apoyar y ayudar en el entorno empresarial, sino que puede hacer mucho en el terreno personal.

Mito: El coaching enseña a los directivos a controlar mejor a sus colaboradores

Cuando surge el coaching en una conversación, muchas veces escucho que consiste en entrenar al directivo para ser capaz de despedir empleados, «echar la bronca,» exprimir más a las personas que trabajan con él/ella... Es posible que si un mando en una compañía siente que tiene poca asertividad y no es capaz de expresar una serie de disposiciones que su cargo le exige, recurra al coaching para mejorar en este punto. Sin embargo, el coaching está más bien enfocado a que la persona saque por sí misma su grandeza; sea con ella capaz de manejar conflictos, de tener conversaciones o de mostrar desacuerdo.
Por otro lado, cuando se entrena al directivo para ser el coach de sus colaboradores, se trata de que abra con ellos una comunicación de escucha activa, esto es, de verdadera y profunda escucha, respeto, e intercambio en un ganar/ganar.

La clave: el coaching no está hecho para que las personas sean peores, sino para que sean la mejor versión de sí mismas.

Mito: Se hace coaching a los que van mal en su trabajo

También he oído en más de una conversación que cuando se hace coaching a un trabajador, normalmente con un cierto cargo, es para «leerle la cartilla,» porque no ha tenido los resultados deseables. La sensación que transmite esta creencia es que el coaching es una especie de mobbing (otra palabra que ha entrado a formar parte de nuestro vocabulario), un acoso laboral por no ser capaz.
La realidad es que, si la compañía decide gastar una cierta cantidad de dinero en uno de sus profesionales para que siga un proceso de coaching, es porque pretende beneficiarle. En efecto, si estaba obteniendo malos resultados, el método de escucha y de búsqueda que propone el coaching es muy bueno para que él/ella mismo/a detecte por qué y pueda solucionarlo. En el coaching, el cliente es el único experto, es la única persona que sabe de su vida, de su trabajo, de sus conflictos.

La clave: el coaching ayuda a crecer, a encontrar puntos de mejora, partiendo siempre de que no hay nada que arreglar en el coachee, que es perfecto tal y como es.

Mito: El coaching es sólo para directivos, ejecutivos y altos cargos

Hasta este punto, es muy posible que se haya dado por hecho que el coaching está dirigido a personas que ostentan un cargo en una compañía. Como ya he apuntado, el coaching puede ser personal o profesional, y esto nos da una pista sobre este otro mito: el coaching puede ser para directivos o para el resto de humanos. La reciente introducción de esta disciplina en España hace que todavía esté muy limitada en su campo de acción. Por un lado, el que el coaching haya estado acompañado de otras técnicas le ha dado más cuerpo. Por otro, el hecho de que no haya un consenso sobre la titulación y experiencia necesarias, hace que remitirse a profesionales de la consultoría sea lo más seguro.
La persona que no responde al perfil de alto cargo no se plantea acudir al coaching para lograr alcanzar sus metas antes o alcanzar metas más ambiciosas. Simplemente no acude a nadie de fuera de su entorno, o busca un psicólogo para que le ayude en ciertas técnicas. Además, si el coaching no viene financiado por la empresa, la persona no se plantea invertir en su propio desarrollo personal.

La clave: empezar a ver el coaching como una extraordinaria herramienta de crecimiento para todo tipo de personas que persigan un objetivo.

Mito: El coaching sirve para buscar consejo, orientación, ayuda, y una respuesta

Muchas personas, cuando oyen decir a alguien que es coach, rápidamente le cuentan algún tipo de problema que tienen, esperando escuchar un buen consejo, que les den la respuesta al problema, y que toda la sabiduría provenga del coach. Asimismo, muchos coaches tienen la tendencia de dar soluciones a sus clientes, porque sienten que ven claro lo que el cliente no acierta a detectar. Esto es un tipo de error frecuente, pues dar la respuesta no es hacer coaching.
El coaching es un método socrático, es decir, basado en la forma de enseñanza de Sócrates: «yo no puedo enseñaros nada, sólo puedo ayudaros a buscar el conocimiento dentro de vosotros mismos; eso es mucho mejor que traspasaros mi poca sabiduría.» En el coaching, el cliente es el experto/a, es quien tiene la información sobre su vida, las respuestas, las potencialidades ocultas, quien persigue la meta. El coach es su socio para alcanzar la meta, su apoyo, pero también quien le habla claramente, quien le pide más, quien le pone un espejo delante.

La clave: si quieres respuestas, busca un mentor, consejero, consultor o psicólogo. El coach sólo te hará preguntas y alguna sugerencia.

Mito: El coaching es un tipo de psicoterapia disfrazado de novedad

No cabe duda de que el coaching profesional se centra en objetivos laborales, si bien la vida personal del cliente puede aparecer durante el proceso, y desde luego siempre su personalidad, sus capacidades, sus creencias. El coaching personal parece moverse en un terreno más inestable, puesto que las metas están relacionadas con aspectos quizá íntimos del cliente, y parece rebasar cierta barrera de “asepsia”, por decirlo de alguna forma.
En realidad, como hemos dicho, el coaching está muy bien delimitado. Está dirigido a personas que quieren pasar de la normalidad a la excelencia. Cuando el coach detecta que el cliente puede requerir terapia, es decir, tiene algún tipo de patología, su deber es remitirle a un profesional diferente, como es un psicólogo o un psiquiatra. Si bien un psicólogo sí puede atender a personas dentro de la normalidad para ayudarles en técnicas, habilidades y competencias, un coach de ninguna forma puede entrar en el terreno de la patología.

La clave: el coaching va al grano, se centra en el presente y el futuro del cliente, y le ayuda a alcanzar objetivos que le hacen pasar de la normalidad a la excelencia.

Mito: Hay personas a las que no se puede hacer coaching

Lo que sí es verdad es que algunas personas pueden no necesitar coaching, porque en este momento no persiguen una meta clara, o porque no pueden comprometerse a ella por determinadas circunstancias.
Cuando la relación de coaching no está dando su fruto, es el coach quien debe preguntarse qué está pasando, y no el coachee. El coach quizá deba cambiar de estilo, o debe en última instancia dirigir al cliente a otro coach. Cuando el coachee sistemáticamente deja de cumplir los compromisos consigo mismo/a, es importante detectar por qué. Pensar que hay que arreglar algo que está roto es olvidar que en el coaching se saborea de la realidad tal cual es. Quizá el cliente no realice las tareas porque el objetivo no está bien establecido, hay algo oculto que no hemos averiguado, o simplemente, ya no está interesado en su meta o en hacer el esfuerzo de alcanzarla.

La clave: es esencial buscar un coach con quien se esté cómodo/a, y es esencial preguntarse si de verdad se quiere alcanzar la meta y si se está dispuesto a trabajar por ella.

Mito: Es muy caro para lo que se obtiene a cambio

Muchas personas, tanto en el ámbito profesional como en el personal, ven el coaching como una herramienta que no tiene resultados directos sobre los ingresos, sino más bien sobre los gastos. Parece que el coach ha sido contratado simplemente para escuchar, eso sí, real y profundamente; y no se ve el retorno de la inversión.
Lo cierto es que el coaching puede dar resultados más consistentes que muchas otras técnicas: si el cliente pretende escribir una novela, el coach le pide que escriba un best-seller. Si el cliente busca mejorar en su carrera profesional en algún aspecto, el coach le desafía a encontrar un puesto que le da mayores ingresos o que le deja más tiempo libre para sus proyectos personales. Si el cliente no encuentra trabajo, el coach le ayuda a abrir las puertas de la efectividad. Del coaching se pueden obtener muchos beneficios personales, pero también económicos.

La clave: el plazo es crucial. No se puede realizar un cambio milagroso en unas pocas semanas aunque a veces ocurra, sino que es necesario que una serie de nuevas habilidades y creencias arraiguen en la persona poco a poco.

Mito: El coaching es una conversación sobre la mar y sus peces con alguien muy experto en algo un poco misterioso

Muchos han visto el coaching como una forma de confesión del siglo XXI. En efecto, alguien ajeno a la vida del cliente le escucha, le orienta por medio de preguntas a descubrir sus propias verdades, y al final todo parece una conversación interesante con un buen amigo.
Sin embargo, no hay coaching si no hay acción por parte del cliente. Si el coachee no realiza cambios, no se compromete a quitar las piedras del camino hacia su meta, o al menos a ignorarlas, todo queda en una conversación sobre la mar y sus peces. Algunas personas disfrutan al hablar con expertos en la materia que sea, por el criterio de autoridad: les parece una persona muy respetable e interesante, y piensan que su sabiduría se extiende a cualquier tema del que hablen.

La clave: el coach es un experto en la técnica de comunicación que realiza, con una serie de competencias y formación específica. Pero se habla de las metas del cliente, de su paso a la acción, del futuro del coachee