miércoles, 29 de octubre de 2008

Cómo ser feliz en plena crisis





Ya que todo el mundo habla de crisis, me voy a subir yo también a ese carro, para aportar un pequeño granito de arena que ayude a hacer frente a la nueva coyuntura. Incluso si las circunstancias personales de uno no han cambiado, el que se hable de caída de los principales bancos de los principales países, y de aportaciones multimillonarias por parte de los estado, hace que sintamos el suelo temblar bajo los pies.



No trato de dar una visión económica del tema: hay suficientes blogs, periódicos y demás llenos de expertos en Macroeconomía. Lo que trato es de dar una visión de qué podemos hacer, tanto si nuestra situación ha cambiado como si tememos que lo haga en un corto plazo de tiempo.
Empecemos por lo más simple. Tal como apunta el gran Zelinski, existen básicamente dos formas de hacer frente a cualquier problema de liquidez; ningún economista negaría que son fantásticas. La primera es gastar menos de lo que se gana. La segunda es ganar más de lo que se gasta. Ahí acaba todo. Con ser tan sencillo, conozco a muchas personas incapaces de hacer esto, de forma que gastan siempre más de lo que ganan y ganan siempre menos de lo que gastan. ¿De dónde sale el restante? Se lo prestan otros, desde familiares y amigos que dejan de serlo hasta los bancos a un cierto tipo de interés. Acaban por tener que devolver cantidades mucho mayores que las que pidieron, por lo que tienen que pedir más para devolver lo pedido, y entran en un peligroso círculo vicioso.
Regla nº1: gasta menos de lo que ingresas
Regla nº2: ingresa más de lo que gastas
Para lograr una maestría en la aplicación de estas dos importantes reglas, existen varios trucos que pueden llevarse a cabo.

1. Haz una lista de la compra: parece una tontería, pero cuando uno se atiene a la lista, compra menos y mejor. Si vamos por el supermercado mirando a nuestros dos lados, creeremos estar en el paraíso del capricho incesante, de la necesidad permanentemente insatisfecha, del deseo continuo... Si nos atenemos a la lista, compramos marcas blancas y buscamos descuentos por volumen, podremos ir arañando algún que otro euro para más adelante. Por cierto: ¡no vayas a la compra con hambre! En caso contrario, puedes encontrar el carro lleno de donuts con diferentes coberturas, de patatas fritas con diferentes sabores, salsas de todo tipo y poco más. Nadie me cree, pero yo compro en 15 minutos. Entro por la puerta, busco lo que necesito, salgo por la puerta. Es así.

2. Recorta los gastos de aquello que no necesitas: la mayoría de las personas, cuando nos enfrentamos a nuestra lista de gastos, la recorremos varias veces hasta concluir «no hay nada aquí que no necesite.» Pero si tu sueldo se recortase a la mitad, ¿qué harías exactamente para salir adelante? Quizá dejarías de considerar ciertos gastos como imprescindibles, por ejemplo las televisiones de pago, la suscripción a una revista que no lees, la ropa a la ultimísima moda de hace dos minutos, el maquillaje y las cremas caros, peluquería, diversos aparatejos que se usan de año en año... Considera la posibilidad de ir al trabajo en transporte público: contamina menos, y así sentirás que estás haciendo algo por la Tierra y sus habitantes, y tú eres uno/a de ellos. Las vacaciones quizá las tengas que hacer a un lugar más cercano, u olvidarte de ellas temporalmente. No es un drama, existen cosas de las que se puede disfrutar gratis, más abajo lo explico mejor.

3. Busca otras fuentes de ingresos: reconozco que no es tan fácil encontrar otras fuentes de ingresos. Es agotador estar pluriempleado, y quizá no se esté en disposición de hacerlo por las circunstancias familiares. Bien, se puede vender aquello que no se utiliza en tiendas de segunda mano, se puede hacer algún trabajo de pocas horas que complemente al que tenemos, o se puede buscar otro trabajo en que nos paguen más. Quizá crees que es imposible que encuentres un trabajo mejor remunerado dadas tus cualificaciones. Puedes hacer cursos de formación profesional, o puedes buscar, porque quizá sí existe ese otro trabajo.

4. Valora los activos que estás manteniendo: hay una serie de cosas que nos atan como a esclavos, y la más importante es la hipoteca. A veces mantenemos activos contra viento y marea, trabajando exclusivamente para la casa, o para el coche. Tal y como está ahora la cosa, muchas familias ven aumentar la letra de su hipoteca pero no ven la posibilidad de vender la propiedad asociada a ella, bien porque no ganarían lo que valía hace tan sólo unos meses, bien porque irse a otra semejante sería tener el mismo perro con distinto collar. Algunas personas están alquilando su casa, mientras se van a una vivienda más asequible, también de alquiler. Aunque nuestra mentalidad es querer poseer a toda costa, y el activo que más valoramos es el inmobiliario, alquilar y no comprar es una opción a tener en cuenta en estos tiempos.

5. Sé más listo que ellos: igual que muchas veces pensamos que nuestra fuente de ingresos está fija y no la podemos aumentar, otras veces pensamos que nuestros gastos son inamovibles. Están surgiendo iniciativas muy interesantes para empezar a ser el «soberano consumidor» que se nos supone ser en Teoría Económica. Tú eres el experto/a sobre lo que compras, tú eres quien elige, y quien puede exigir mejores condiciones y reclamar cuando te cobran lo que no debieran cobrarte. Si quieres saber más sobre esto, visita http://compraexperta.com/ y te harás una idea de lo que quiero decir: existen muchos servicios que pagamos y por los que podríamos pagar mucho menos. Infórmate.

6. Desde ahora, todo es tuyo: esta solución es la que más me gusta a mí y la que menos te va a gustar a ti si eres una persona práctica. Sin embargo, numerosos autores, y místicos de diversas corrientes, han utilizado este medio para ser las personas más ricas del mundo, para vivir en la abundancia, para sentirse satisfechos... Si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta de que el más rico tan sólo disfruta de la vista de lo suyo, pero al tiempo sufre por el miedo a perderlo, a que se dañe, y paga por mantenerlo, por protegerlo. Orison S. Marden nos aconseja sentirnos ricos por todo lo que podemos disfrutar gratis, por los llamados «bienes libres.» Rockefeller y Onassis no pueden poseer más que tú y que yo la puesta del sol, la vista del mar, respirar el aire puro, ver la luna llena, pasear por las calles. No tiene nadie título de propiedad sobre lo más bonito que podemos admirar, sobre los grandes poemas que encuentras en una biblioteca, sobre la música que hizo Mozart, sobre el aroma de los pinos...

Poseer una obra de arte, por ejemplo un cuadro de Velázquez, te obliga a: tener una pared suficientemente grande, tener mucho mucho dinero para comprarla, para protegerla, para restaurarla... Y si consigues todo eso, al cabo de unos meses pasarás por delante de ella sin darte cuenta de que existe. Si la dejas en el Museo del Prado, puedes ir a verla cuando quieras, compartir con otros su belleza, y compartir también los gastos de mantenimiento. La obra de arte en tu casa te hace esclavo; en el museo, te hace señor.
El mundo es de quien puede gozarlo, admirarlo, respirarlo, tocarlo... Por poco dinero puedes subir a un tren y recorrer tu ciudad de arriba a abajo, sintiendo que todo lo que te rodea está hecho para ti. Querer tenerlo todo, querer que todo esté bajo títulos de la propiedad, hace que no puedas atender a nada más que a la esclavitud que con ello te impones. Esto me recuerda a la película "Entre pillos anda el juego". En ella, dos corredores de bolsa se apuestan por un dólar que un hombre pobre, con el dinero y las posesiones de un rico, acaba comportándose como tal. Y viceversa. Para ello, cogen de la calle a un vagabundo (Eddie Murphy) y le ponen en el lugar de un ejecutivo (Dan Aykroyd). Cuando el vagabundo comienza a tomar posesión de la condición social del ejecutivo, lo primero que hace es empezar a guardarse en los bolsillos, disimuladamente, todo lo que ve de valor en «su casa.» Le hacen ver: «¡te estás robando a ti mismo!» Pues bien: sorprende ver la cantidad de gente que una y otra vez se roba a sí misma sin darse cuenta. Si todo es tuyo, si sólo en ti está la facultad de poseer aquello que disfrutas, aquello de mayor valor para ti, ¿por qué necesitar un título de propiedad? ¿Por qué envidiar a aquellos que lo tienen? ¿Por qué ponerse en situación de esclavitud con respecto a un objeto material?
En palabras del propio Marden:

Pobre es quien no está satisfecho. Rico es quien se contenta con lo que tiene y puede disfrutar de cuanto los demás poseen.

domingo, 26 de octubre de 2008

Un estómago a un cerebro pegado


Discutía el otro día con una amiga cuál es el fin último de todo ser humano. La verdad es que, tras un estudio concienzudo de libros como El hombre en busca de sentido o Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, había concluido que el ser humano persigue un fin superior. Este fin sería de carácter altruista, idealista, vocacional.


Las lecturas sobre neurociencia y neurobiología me confirmaron por otro lado mi creencia de que el ser humano está compuesto de cuerpo y cerebro, es decir, de cuerpo y cuerpo. Cada vez más, aquellos procesos que llamamos «mente» y que habían pertenecido a un reino espiritual, se le van robando al «alma» y se van localizando en áreas cerebrales.


Por la razón que sea, una frase en boca de un personaje de Galdós me hizo despertar de pronto, sentir un chasquido de los dedos, un eureka, al escuchar a este personaje decir: «Indigno linaje humano, ¿qué eres? Un estómago y nada más.» Rápidamente acudió a mi mente otra frase similar, esta vez de Unamuno: «el cerebro en cuanto a su función, depende del estómago.»


Así que ya tenemos un cerebro que yo suelo comparar a un cuadro de mandos, y un estómago que se impone en los momentos difíciles, en los que desaparece toda convención social y reina la Naturaleza pura. Un estómago a un cerebro pegado.


El estómago es el reflejo físico del instinto de supervivencia: si no como, me muero. El cerebro sirve para garantizar nuestra supervivencia, y para ello tiene una estructura, el sistema límbico, que controla las funciones vitales más importantes. Se sobrevive huyendo del peligro o enfrentándose a él, y se sobrevive comiendo. La búsqueda de seguridad, de estabilidad y de dinero suelen ser lo mismo que el instinto de supervivencia, instrumentado en los medios con los que se sobrevive. Luego viene el de reproducción. Y ya.


A los neurocientíficos les cuesta ver qué papel han jugado en la evolución las otras cosas, tales como la música, la poesía, la pintura... o la mística. Un papel que parece ser secundario y al mismo tiempo se revela como trascendental. Tal como dice Francisco J. Rubia, «el valor de supervivencia de estas experiencias estaría en la superación de la ansiedad y el miedo a la muerte al conectar con algo que se percibe tanto eterno como fuera de nosotros mismos.»


El considerar que somos un estómago tiene implicaciones muy felices para mí, y explicaría muchas de las decisiones que he tomado en la vida y que no se explican con otros razonamientos más profundos. El ser un estómago es buscar el placer, el disfrute, el gozo de la comida, sentirse saciado, entrar en calor, poner a trabajar el cuerpo tanto en la búsqueda de la comida como en su digestión. Ser un estómago es como ser una célula gorda que, como todas las células, quiere seguir viva. Ser un estómago es buscar un trabajo que me dé los medios para llenarme y saciarme y sentirme feliz, sentir el placer de las endorfinas liberadas al relajarme tras haber comido. Y así.


Yo cuando le planteaba esto a mi amiga, veía en su cara el escepticismo, y una cierta decepción. ¿De modo que somos animales que buscan saciarse? ¿Dónde queda el amor, los sentimientos altruistas? ¿Dónde queda lo espiritual, lo trascendental?


El ser un estómago no quita para que seamos un estómago social. La evolución ha premiado los comportamientos altruistas y la cooperación nos es interesante desde un punto de vista biológico. En situaciones como la que describe Viktor Frankl en el libro mencionado más arriba, es decir, la permanencia por un largo periodo de tiempo en un campo de concentración, surgen comportamientos bellísimos que nos alejan de esa concepción de estómago. Teniendo tan sólo un mendrugo de pan para comer, un recluso era capaz de compartirlo con otro, o incluso de renunciar a él. En cualquier caso, veo que la norma general es quedarse el mendrugo y ocultar muy bien que se tiene, por el temor de ser robado.


Analizarnos como estómagos andantes también nos ayuda a ver en qué medida creemos que nuestros estómagos son muy grandes e insaciables. El estómago físico necesita comer, pero el estómago psicológico necesita dinero de sobra, una casa, un coche, un trabajo seguro, más dinero, una casa más grande, otro coche mejor, un puesto más alto... Probablemente siguiendo este ciclo ascendente y sin fin, el estómago físico se resienta de indigestión.

miércoles, 15 de octubre de 2008

La Realidad de aquí y ahora


«Si un habitante de cualquier otro planeta visitara los Estados Unidos...»

Orison Swett Marden nos habla de nuestro enfoque vital en el futuro. Con una perspectiva curiosa de la vida cotidiana en EE.UU. en su época, imagina a un extraterrestre visitando ese país, y sorprendiéndose de cómo vive la gente en él. Y es que todos parecen haber parado en una estación de paso, pues en vez de aprovechar la vida que les llega tal y como es, tienen la vista continuamente centrada en el futuro, en lo bueno que habrá de llegar para sustituir lo de ahora, que es mediocre, malo o insoportable. Es tan intensa la visión que se tiene del futuro que se pierde la capacidad para disfrutar de lo que hoy, aquí y ahora, tenemos delante.

Vivir para mañana tiene la triste paradoja de que, cuando llega este mañana, seguirá habiendo otro mañana. En otras palabras, vivir para mañana es vivir en un mundo de crónica insatisfacción, de escasez, de necesidad: nunca nos sentiremos satisfechos así, porque nunca habremos alcanzado nuestra meta. Es una especie de carrera de ratas (como dicen los estadounidenses, "rat race") por unos laberintos que no acabamos de adivinar, en busca de unos quesos prometidos que nunca llegamos a alcanzar.

Esta perentoria necesidad que tenemos de vivir en cualquier otro lugar menos aquí y ahora parece una ansiosa huida. Cuando estamos en la oficina, estamos deseando marcharnos de allí, o encontrar cualquier hueco para leer un chiste que nos envían por email. Pero si pasamos pocos meses sin ocupación, empezamos a echar de menos estas horas de oficina, ya que sólo recordamos lo bueno de ellas, y volvemos a fijar la vista en un futuro inexistente.

¿Qué pasa con el aquí y el ahora? ¿Por qué es tan insoportable? Bien, por de pronto, es aburrido. Crear imágenes para el futuro es mucho más divertido y motiva más. Cuando la realidad que tenemos delante nos resulta desagradable, llenar la mente con imaginaciones sobre una futura casa, un futuro coche, un futuro trabajo o una futura familia nos alivia. Y el placer de la imaginación, que parece propio del ser humano (quizá algún animal de orden superior también la tiene), es algo positivo y agradable. El problema es cuando se convierte en esclavitud.

Es decir, el problema son nuestras expectativas de cómo debería ser, y no está siendo, nuestra vida. «La mayoría estamos descontentos, inquietos y nerviosos y nos consideramos infelices,» nos dice Marden. Estas expectativas tienen algún fundamento en momentos que juzgamos como muy felices, como las vacaciones, los fines de semana, o momentos extraordinarios en nuestra vida. En cambio, con la vista puesta en lo que tenemos ya, dejamos de comparar nuestra situación con otra deseada y supuestamente superior, y empezamos a sentirnos más relajados y satisfechos.

En las culturas orientales hay un profundo estudio de esta forma de ser en la que vivimos en permanente insatisfacción. Por ejemplo, Chogyam Trungpa, autor budista, nos compara a un ser que tiene un estómago muy muy grande y una boca muy pequeña, de manera que nunca logra llenar ese estómago y permanentemente tiene hambre. Por otra parte, hay un cuento sufí sobre una vaca que vive en una isla, y pasa el día comiendo. Cuando llega la noche, se encuentra con la preocupación de no tener qué comer al día siguiente, de forma que todo lo que había engordado durante el día, lo pierde cada noche, al enflaquecer de ansiedad y desesperación.

El propio Marden nos cuenta la historia de los hijos de Israel y el maná. Cuando caminaban por el desierto, recibían cada día maná del que alimentarse, un manjar milagroso, enviado por Dios a modo de escarcha. Los que no tenían confianza en Dios trataron de guardar parte para el día siguiente, pero lo encontraron corrompido. «De no atender al día de hoy provienen la miseria, flaqueza, desconsuelo e ineficacia de nuestras vidas, pues no concentramos nuestra energía, anhelo y entusiasmo en el día en que vivimos.»

La flor está viva hoy, hay que cogerla hoy, disfrutar de su aroma hoy. Carpe Diem significa esto.

Como podemos ver, estas reflexiones sobre la necesidad de disfrutar el momento, y de tomarlo tal y como es, vienen de antiguo. El ser humano siempre ha vivido una fantasía en la que se proyecta hacia el futuro y desde el pasado. Pero lo único que tenemos en la mano, de lo único que tenemos certeza, es de hoy, del aquí y ahora.

Pienso que intelectualmente sabemos que lo que existe es el presente, que la visión de futuro es más bien cerebral, y que es ahora cuando podemos promover cambios para estar mejor después, recordando que las dificultades nunca se resuelven por completo, y que aparecen nuevos desafíos. Y aunque sabemos todo esto, no lo hemos experimentado, no lo hemos vivido, de forma que no nos dice nada el conocimiento de que todo lo que hay es el ahora. Parece ser que las personas que han alcanzado la iluminación o autorrealización sí tienen este conocimiento experiencial de la realidad. Nos lo cuentan con palabras atónitas, perplejos, formando imágenes que no comprendemos: hasta que no sea uno mismo quien se come ese filete, de poco le va a servir que otro le cuente a qué sabe.

Una forma que he encontrado de intentar disfrutar del día es la que propone el propio Marden. Se la recomiendo a todo el mundo, y creo que les está funcionando tan bien como a mí: se trata de levantarse cada mañana y decirse: «VOY A DISFRUTAR EL DÍA DE HOY.» Si pase lo que pase nos mantenemos firmes, si a pesar de lo que suceda nos proponemos ser felices, podremos gozar plenamente de todo cuanto tengamos delante. «No voy a intentar huir de la realidad, ni tampoco voy a luchar contra ella. La voy a aceptar, la voy a vivir con intensidad, y voy a vivir este día de principio a fin. Cuando llegue la noche, podré decir: "hoy he estado viva".»

En lugar de vegetar arrastrándose por la vida, si comenzamos cada día con este firme propósito, aunque luego se tuerzan las cosas, sacaremos fuerza y energía de lo que vaya sucediendo, entrenando así a nuestra mente a sacar el jugillo de lo que tenemos delante y a dejar de evitarlo montando fantasías sobre un futuro mejor.