lunes, 20 de julio de 2009

Cuando SÍ consigues lo que quieres

Es paradójico, pero a veces se tiene miedo de conseguir lo que se quiere. Miedo al éxito, miedo a la responsabilidad, miedo a que esto que se persigue no sea exactamente lo que imaginábamos.

Esto me recuerda a la última conferencia de José Pedro García de Miguel en la que estuve. Preguntó: ¿qué posibles resistencias o lastres están impidiendo que alcances lo que te propones? Hubo varias respuestas, pero la que me pareció más difícil de combatir fue ésta:
"El miedo a conseguirlo, a lograrlo de verdad."
Creo que fue Santa Teresa quien dijo:
"cuidado con lo que pides, pues se te puede conceder."
¿Por qué es tan peligroso? ¿Por qué podemos llegar a tener miedo del logro, de triunfar, de alcanzar la meta?


Se me ocurren varias respuestas:
  1. Porque eso implica el final de la búsqueda y el comienzo de algo que no conoces

  2. Porque al lograrlo, no puedes seguir quejándote

  3. Porque algo muy profundo en ti "sabe" que ese objetivo NO ES el que realmente deseas

  4. Porque entonces te toca responsabilizarte de aquello en lo que te conviertes
Es como un deportista que corriera más despacio para no alcanzar ningún tipo de récord, para evitar ser un deportista con palmarés, con éxito, con fama, al que seguramente exigirán más en la siguiente carrera. Es como si ayer, Alberto Contador no hubiera atacado, dejando atrás a Lance Amstrong y a su propio equipo para no ponerse el maillot amarillo, eligiedo quejarse de que el equipo favorece a Amstrong, o dándose cuenta, sobre la bici, tras todos los esfuerzos, que él en realidad quería ser tenista, pero que se subió a la bici porque su padre le influyó abiertamente.

Pues esto ocurre con más frecuencia de la que parece. Tan sólo escucha a alguien quejarse de sus circunstancias una y otra vez, rechazando opciones de acercarse a aquello que dice desear. Tan sólo observa a alguien haciéndose boicot a sí mismo/a para no acabar unos estudios, porque se los impusieron sus padres. Tan sólo mira a esa persona que tiene un miedo atroz a ser ella misma y por ello huye toda posibilidad de acercarse a su personal definición del éxito.

viernes, 17 de julio de 2009

El hormiguillo, azogue o necesidad de movimiento

La alarma ha sonado y yo me he levantado a hacer estiramientos. Mi acupuntora y médica tradicional china lo dijo bien claro: "ordenador no malo, pero cada media hora tiene que levantar y hacer estiramientos de brazos y piernas".

¡Cada media hora! Y eso que ya se reconoce en los manuales de Prevención de Riesgos Laborales que convendría levantarse cada dos horas, y descansar la vista cada hora. Me parecería inviable hacer esto en una oficina, pero lo bueno es que trabajo desde casa gran parte del tiempo, y puedo permitírmelo. Estoy bastante sorprendida, porque esas medias horas me cunden mucho más de lo que yo esperaba: como sé que sonará la alarma, elijo concentrarme en una o dos tareas en lugar de tratar de hacer veinticinco. Y estoy aprendiendo a dejar tareas empezadas o por empezar, para tomarme mis cinco o diez minutos de estiramientos, chi kung o respiración.


Lo cierto es que, intuitivamente, ya solía levantarme cada poco rato, porque me resulta muy difícil aguantar sentada en la misma posición mucho tiempo. Puede ser éste un componente kinestésico de mi forma de ser, si bien no influyó en mi aprendizaje: yo de pequeña sí era capaz de estar sentada en la silla sin prácticamente moverme. El "hormiguillo" y el "azogue" vinieron más adelante, tal vez después de dejar de practicar baile clásico, a los 15 años.


A una persona inquieta no le puedes sentar durante muchas horas y obligarle a escuchar un rollo muy largo, ni tampoco a analizar una información de una pantalla luminosa. Por eso experimenté gran alivio cuando empecé a dedicarme a la formación: doy clase de pie, puedo moverme, puedo hacer dibujitos en la pizarra en vez de hacerlos en los libros de texto, y puedo irme sentando en las mesas de mis alumnos/as. En este sentido, formar recoge muy bien mi necesidad de movimiento.


En general, creo que los estudios que se han hecho indican que una persona puede permanecer atenta a un discurso verbal un máximo de 20 minutos, tras lo cual, la tensión de haber estado utilizando su cerebro a toda potencia, se necesita liberar en forma de movimiento. Como orador, conviene entonces hacer un chiste o algo que rompa con la situación, para que los espectadores o participantes puedan removerse un poco en las sillas.


Creo que es sabio conocerse a uno mismo; como dijo Lao Tse en el Tao Te King, es "sabiduría superior", y en otros sitios está traducido como "iluminación". Pues es complicadillo también. Porque vas avanzando por la vida y detectas incoherencias, contradicciones, y cambios en los que no habías reparado. Yo recuerdo hace tan sólo cuatro años estar en una reunión y, cuando me preguntaron qué pensaba sobre los temas que se estaban exponiendo, respondí: "quiero irme a comer".


Ahora lo veo tan macarra y fuera de lugar. Ruego me disculpen aquellos que estaban reunidos conmigo. En esa época desconocía este componente kinestésico mío, pero sabía de sobra que cuando me empieza a doler el estómago, la capa y el barniz "humano" se me van y me convierto en animal. Sólo pienso en comer, en moverme, en salir de allí. Ahora llevo a todas partes comida, mi bolso siempre tiene algo para comer. Y qué feliz soy cuando puedo "aplacar a la bestia".


En fin, que dentro de unos minutos volverá a sonar mi alarma y me iré a estirarme de nuevo, por aquello de mantener la energía del cuerpo (o "qi") en movimiento y no convertirme en estatua de escayola.

martes, 14 de julio de 2009

¡Siempre adelante!


No sé si a ti te pasa, pero a mí sí: oigo hablar a personas sobre el éxito, el Secreto, el dedicarte a tu vocación, el seguir tu brújula interior... Y al mismo tiempo, veo personas chocándose una y otra vez con puertas cerradas, con sensaciones negativas sobre sí mismas, con aceptar menos de lo que son capaces de hacer, no con serenidad, sino con una resignación compuesta de resentimiento y baja autoestima.


Se dice que detrás de todo esto están las creencias. Y debe de ser verdad. Te hablo en este tono escéptico porque soy la primera que no está libre de creencias limitantes. Soy la primera que observa admirada a personas como Stephen Hawking llegar muy lejos, acompañado desde siempre de su ELA (esclerosis lateral amiotrófica) o al llamado "hombre milagro", que aparece en el vídeo y el libro del Secreto, explicando su recuperación.


Por otro lado, desde hace tiempo observo que las personas se aferran a un tipo de creencias especialmente dañinas, que son las expectativas. Expectativas sobre lo que "debe" ocurrir o expectativas sobre cómo "tiene que" comportarse otra persona. De esta forma, existe una falacia, o idea equivocada, que es creer que se tiene derecho a. Derecho a un buen trabajo, derecho a la vivienda o derecho a un matrimonio feliz. Algunas de estas cosas aparecen de forma algo ingenua para mi gusto en la propia Constitución Española. Pero hay algunas personas que nacen directamente sin ninguno de estos derechos, en esos países que no nombramos.


Todo esto me ronda la cabeza desde que me fijo con especial interés en el trabajo de Vicens Castellano en Ajuste de Cuentas, programa de Cuatro. Veo personas estancadas en la creencia de que no pueden salir de su angustiosa situación. Desde fuera parece fácil decir: "si sólo hay que...". Pero cuando uno está dentro, en el centro del huracán, quizá no tenga una visión tan clara de lo que le conviene hacer para cambiar el círculo vicioso y convertirlo en virtuoso. Aquí la ayuda de un coach es crucial.


¿Cómo lo ha hecho?, nos preguntamos asombrados ante la persona que triunfa. Acto seguido, atendiendo a nuestras creencias, nos decimos: claro, será un enchufe, su familia tiene dinero (y la mía no), es más fuerte que yo, ha tenido suerte, etc. Esto sólo confirma las creencias de que para que te vaya bien, tienes que tener un enchufe, o tu familia debe prestarte dinero, o debes ser fuerte o tener mucha suerte. Como si en ningún caso contara tu valía personal.


Al margen de El Secreto (o la Ley de la Atracción), podemos decir que esto de tener éxito funciona, que si lo vemos continuamente a nuestro alrededor, es que se puede hacer. Podemos tomar como modelo a estas personas que triunfan, podemos acercarnos a ellas y tratar de imitar aquello que más admiramos, sin dejar de mostrar nuestra huella personal, podemos reconocer que detrás del éxito y del dinero también hay un trabajo, una perseverancia, y un pensamiento alineado y libre de algunas de nuestras peores creencias que, como enemigos, nos echan abajo.


Yo tengo varios de estos modelos, y uno de ellos es Orison Swett Marden, como ya sabéis los asiduos/as. Sólo con el título de alguna de sus obras te da alguna de la energía que él tiene a raudales: ¡Siempre adelante!, La alegría del vivir.


Sé muy bien lo duro que puede ser abrirse camino en la vida, y más cuando se sufren enfermedades, o suceden desgracias familiares. Pero también sé que cuando uno escoge de entre todo lo que tiene lo positivo (y en el sufrimiento para mí lo positivo es la enseñanza que se extrae), entonces el camino se aclara, o se deja de oscurecer, deja de parecer dramático, y empieza a ser mimado y trabajado desde la responsabilidad.

viernes, 10 de julio de 2009

La moral del trabajo es la moral del esclavo


Esto afirma Ernie Zelinski en su libro El placer de no trabajar, un éxito en ventas. Dado el título del libro, podríamos argumentar que se trata de un texto dirigido a vagos, a parásitos de la sociedad que viven de otros. Bien, está dirigido a estos y a todos los demás en realidad, puesto que da pautas para mejorar en mucho la calidad del ocio incluso si se está trabajando.


La moral del trabajo nos viene impuesta de un pasado arcaico y superado, aparentemente, por las nuevas tecnologías. La forma de pensar en los horarios y en la organización de las tareas es en muchos casos taylorista, heredada por tanto de la revolución industrial, y alejada en buena parte del sentido común. La herencia, además, conlleva un componente sexista, bastante marcado, en la tradicional división de tareas en la pareja, en trabajos más simples y peor pagados para las mujeres, y en la asunción de que, una vez que una mujer tiene hijos, deja de contar para los ascensos en su profesión, a menos que deje de contar para sus hijos.


Trabajar de 9 a 6, ó de 9 a 7 como se está viendo mucho, o de 8 a 5 si se quiere, es tan absurdo que incluso contándoselo a las ovejas, se reirían de nosotros por ser tan tontos. Se estableció un número de horas, y resulta que hay que permanecer “de cuerpo presente” en una oficina ese número de horas, al menos. No importa que haya picos y bajadas en la producción. No importa que haya personas más rápidas que otras al trabajar. No importa que las circunstancias de algunas personas no les permitan estar tanto tiempo sentados frente a una pantalla de ordenador. Lo de la hora de comer es similar: cada empresa establece una duración, y la justifica atendiendo a su filosofía. Suele suceder que en esto y en otras muchas cosas, la empresa se convierte en un micro-mundo en el que se pierde perspectiva y se piensa que las cosas son así, un poco como en un pueblo pequeñito y aislado.


Hace tan poco tiempo que las cosas eran tan diferentes. Incluso en otros países, ahora mismo, están siendo diferentes. Pero no entra en el cerebro simple que conforma una compañía. El trabajo, en un principio, estuvo ligado al resultado que se buscaba: camino por la selva buscando comida. Cultivo estas semillas porque sé que luego salen plantas que dan frutos. Tengo estas vacas que dan leche y carne. Etc. Y no distinguía tanto entre hombres y mujeres. “Técnicamente”, es la mujer quien da a luz y mantiene a los hijos en un primer momento. Pero en todo lo demás, la mujer se ha desenvuelto trabajando, vendiendo, comprando, igual que un hombre, con otro tipo de habilidades, distintas simplemente, y no demasiado distintas.


Probablemente he mezclado en un párrafo aquello que ocurría en las cavernas con otras cosas que ocurrían en el Neolítico con otras que ocurren ahora en otras culturas. Permítaseme la licencia literaria, porque para lo que quiero comunicar, es suficiente así. Nos hemos metido los humanos a nosotros mismos en jaulas de oro, con su aire acondicionado y todo, que nos alejan de nuestra naturaleza e instintos. Competimos todos y todas en un mundo creado en el pasado y que es por definición machista, que cultiva unos determinados valores limitados, y que deja de lado muchas cosas buenas: creatividad, artesanía, libertad, juego, ejercicio físico, música, baile, ritos, decoración... por citar algunas de ellas.


En la introducción al Tao Te King, Josan Ruiz Terrés muestra una opinión similar, al comentar que la época actual es “yang”,


«en la que los valores identificados como masculinos y la búsqueda del
éxito se exaltan en todos los terrenos»

Lo cierto es que, todo aquello que suena a débil, a fracaso o a tomarse la vida a otro ritmo, se oculta o disimula, porque no es coherente con los tiempos que vivimos. Si no se es “normal”, hay que parecerlo en lo máximo posible.


En un mundo en que se permiten los call center (centros de teleoperadores), que he oído llamar “las galeras del S. XXI”, con bastante acierto, en que una serie de personas debe permanecer encadenada a su puesto a través de unos cascos con micrófono, debe trabajar lo más parecido a un robot y ajustar su fisiología a quince minutos concretos durante su jornada, en un mundo así en que algunos/as idealistas creíamos que gracias a la crisis iban a cambiar las cosas, la moral del trabajo es, sin duda alguna, la del esclavo.


Citando de nuevo a Josan Ruiz Terrés,


«no se puede vivir instalado en el éxito por la sencilla razón de que el tiempo
de cosecha rara vez es permanente.»