martes, 16 de noviembre de 2010

Son lentejas: si quieres las comes y si no...


La realidad tal cual es, ¿a quién le interesa hoy en día?

Las frases: «Esto es lo que hay», «Así son las cosas», «Son lentejas» tienen connotaciones muy negativas. Pero son las que mejor reflejan lo que es. La realidad es aquello que es, no aquello que te gustaría que fuese, aquello que deseas que sea en el futuro. Y la realidad jamás será aquello que habría sucedido si hubieras actuado de otra forma. Este tipo de frases, la tercera condicional (si hubiese… habría…) reflejan aquello que jamás sucederá, porque no se puede intervenir en un suceso del pasado para cambiarlo.

La forma habitual de aceptación es la resignación. Una vez se comprende que “esto es lo que hay”, la resignación lleva a aceptarlo desde la impotencia, desde el rechazo, desde la ira contenida. Se completa la frase con: esto es lo que hay “y lo voy a boicotear”. La mayoría de las veces, el boicot es contra uno mismo/a. Es como luchar contra corriente: el sufrimiento de tanto esfuerzo lo pagas tú.

Reconocer y aceptar, desde lo más profundo, que “esto es lo que hay”, da sin embargo una oportunidad de liberar la gran cantidad de energía que se invierte en negarlo, en cerrar los ojos, en hacer oídos sordos. Esta energía se puede utilizar entonces para sacar provecho de “lo que es”, para conocerlo realmente en lugar de pensar sobre ello, para disfrutarlo, vivirlo, gozarlo.

Pensar sobre las cosas es la mejor manera de alejarse de ellas. Automáticamente se convierten en una construcción mental. Se crea una simplificación de lo real, se generaliza y se eliminan datos. Se piensa que así se maneja mejor la realidad, y lo que se hace es vivir en un cuentecito protegido, de autoengaño. Si fuese posible permanecer en él mucho tiempo (algunos/as son hábiles en vivir en la mentira durante años), quizá hasta compensaría. Lo malo es que nuestra fantasía personal choca una y otra vez, invariablemente, contra la realidad, contra lo que hay, contra las lentejas.

Pienso que cada vez vivimos más en un mundo no cierto, porque cada vez salimos menos fuera a comprobar si el cuento funciona, si estamos manejando hechos o estamos viviendo de interpretaciones. En una vida cercana a la naturaleza, donde hay que buscar en la realidad para subsistir (agua, alimento, cobijo), es más difícil caer en el autoengaño. En una vida en que se pasa la mayoría del tiempo sentado/a, consumiendo productos “virtuales” que van directos a la mente (televisión, programas de ordenador, Internet, teléfonos, GPS…) es muy difícil, por el contrario, permanecer cercano a lo real, a lo que es.

De hecho, y siguiendo a Osho (lo cierto es que estamos siguiendo a Osho desde la primera palabra), el lenguaje es un gran culpable de esta separación de lo que es. Algunos sistemas, como la programación neuro-lingüística (PNL), afirman que el lenguaje genera realidad. Porque la forma de describir un suceso crea el suceso: las palabras que se eligen, los elementos que se seleccionan según la prioridad que se da a unos sentidos u otros, todo ello conforma una amalgama que llamamos realidad. En esta línea están también todos los sistemas de creencias tipo “El Secreto”, “La ley de la atracción”, “Poder sin límites”. Su hipótesis es que, creando la realidad en la mente, puede conseguirse aquello que se desea.

¿Realmente es tan maravilloso conseguir aquello que se desea? Un deseo cumplido puede ser una condena, porque siempre surgen elementos que no se habían tenido en cuenta a la hora de elaborar ese deseo, esa esperanza. Por ejemplo, es como querer un Ferrari y no pensar en que conlleva un mantenimiento y que las piezas del Ferrari cuestan mucho más que las de otro coche. Es como querer aprobar una oposición y, una vez se llega al puesto, comprobar que ni motiva, ni gusta, ni compensa.

En cualquier caso, las expectativas, más que ayudarnos a vivir, nos pueden traer por la calle de la amargura, porque de nuevo alimentan el juego de “yo me invento la realidad”, juego arruinado cada vez que la realidad te muestra quién es. Conozco mucha gente que me dice: “yo decido mi destino, soy dueño total de mi destino”. Suelo responderles: si hubieras estado en las torres gemelas el 11S, ¿habrías dicho lo mismo?, o si te sobreviene una enfermedad grave, ¿tú la has buscado?, o si naces en África en un pueblo sin agua corriente, ¿tú confeccionas tu destino? ¿Seguro?

Creo que es un juego más bonito, más interesante y más factible el de “yo fluyo con la realidad”. Dejarse llevar, sin metas, sin expectativas, ir con la corriente, coger todo lo que se te ofrece en cada momento, extraer el jugo de la realidad. Para ello, has de estar aquí y ahora. Se trata de dejar de vivir en el futuro, con tensión y ansiedad o con esperanza y deseo. Se trata de empezar a vivir ahí donde estás en cada momento. Por ejemplo, ¿dónde estás ahora? ¿Cuál es tu realidad ahora? Puede ser muy duro responder a estas preguntas, y más cuando se trata de ver, de observar, de vivenciar realmente el momento. Duro y revelador. ¡Ánimo!

lunes, 11 de octubre de 2010

Un poco de paz para los buscadores ficticios


Queridos buscadores ficticios, al fin encontré nuestra justificación, la razón por la que no logramos decidirnos a encontrar, por la que, una vez llegados a un puerto, empezamos a fantasear con echarnos a la mar una vez más, cansados, vencidos.

Así que ésta es (creo) mi última parrafada sobre los buscadores y encontradores. Espero que como buscador ficticio encuentres en ella el descanso que yo encontré, al saber que nuestra actividad febril puede llevarnos al puerto del que nunca se desea volver a partir.


Y esta explicación, esta clave que nos sirve para comprender por qué no nos hace felices esta conducta que sin embargo no logramos evitar, la encontré en Osho. Sí, Osho otra vez, porque Osho me ha capturado, cautivado, me ha hablado como desde su tumba, es algo mágico.


Se trata del drama de elegir. La lógica, Aristóteles, el pensamiento racional, todas las estructuras en que se asienta nuestro mundo occidental nos piden vivir a medias. Elige esto o aquello. No es esto Y aquello ni es esto a veces y aquello otras. Es: si eliges esto, olvídate para siempre de aquello, aquello deja de existir para ti. Sin embargo, este razonamiento es pobre, dualista, nos divide, cercena nuestras posibilidades de tener esto y aquello.


No sé cuándo comenzó vuestro drama, el mío comenzó cuando me hicieron elegir entre ciencias y letras. Así de simple y de tremendo. Porque yo no quería elegir, me encantaban las matemáticas Y la literatura. No las matemáticas en contra de la literatura. Hice lo que pude para ir escaqueándome de esta elección dramática, combinando ambas opciones en aquello llamado “mixtas”. Y luego elige una carrera. Y determina tu futuro, envíalo por un conducto estrecho y obtuso porque todo en esta vida va a ser igual de estrecho y obtuso.


Osho dice que es una enfermedad de la mente el elegir, el preferir. Dice:

No decidas. Acepta la vida en su totalidad. Tienes que ver la totalidad: la vida
y la muerte juntas, el amor y el odio juntos, la felicidad y la desgracia juntas, la agonía y el éxtasis juntos.

Y eso es lo que creo que tratamos de hacer los buscadores ficticios. Los buscadores puros eligen buscar, y los encontradores eligen encontrar; nosotros sin embargo, no queremos elegir, no queremos descartar, queremos todas las cartas en la mano, porque es la única forma en que vemos que abarcamos la totalidad.


El problema es que pensamos que así nos acercamos a la solución, y lo cierto es que nos alejamos más, porque no logramos aprehender nada, todo se nos escurre de las manos como si fuese agua, como si fuese arena fina. El tiempo pasa y nosotros desgastamos las energías en ir de aquí a allá para comprobar que seguimos sin haber elegido, que seguimos libres... Esa es nuestra esclavitud. Es una paradoja: al creer que nos liberamos, nos atamos más. La solución está justo en el lado contrario. Dice Osho:


La verdad no se puede buscar. Por el contrario cuando toda búsqueda cesa, es
cuando la verdad llama a tu puerta; cuando el buscar ya no existe, la verdad te
llega.

Cuando los buscadores ficticios encontramos algo en nuestro camino, nos decimos: “ojalá esto sea total, esto sea permanente, esto sea definitivo”. Y no, no lo va a ser nunca, porque aquello que encontramos es una gota de todo el océano, está dividida, es parcial, es un trocito de la tarta. Cuando los buscadores ficticios encontramos algo, tal vez podríamos decirnos: “se acabó la búsqueda. No es que piense que esto es el ideal platónico que yo tenía en la cabeza. Es que ya me he cansado, es que no quiero más”. Y entonces, tímidamente, se entrevé aquella verdad que llega a uno cuando se le deja el espacio y el tiempo mínimo para que se expanda.


Quizá entonces averigües que el secreto no era saber qué era mejor, si ciencias o letras, que no era tratar de adivinar el futuro para saber qué carrera era la mejor, que no era mantenerse en una misma profesión, ni tener siempre la misma pareja, ni cambiar cien veces de profesión y de pareja. ¿Qué es lo que ha permanecido constante en toda esta batalla de proporciones inmensas y resultados desastrosos? Tú mismo/a. Pero no tu yo, no el ego, que seguramente habrá ido cambiando y sufriendo con los cambios y alentando más cambios, sino tu esencia. Y de nuevo, Osho:


De pronto encuentras que tú mismo eres el templo que buscabas. De repente llegas
a darte cuenta de que tú eres Krishna, de que tú eres Jesús. No te llega ninguna
visión; eres el origen de todo, eres la propia realidad.

La realidad que buscas estaba en ti desde un principio. Estaba dentro, y dentro sigue, esperando a ser descubierta. Nada ni nadie te va a proporcionar este atisbo de la luz que puedes llegar a ver. Todas tus elecciones, guiadas por la angustia, no han servido para nada. Ni el camino de los buenos actos ni el camino de los malos actos conducen al monte Carmelo; sólo la nada. Nada conduce al monte, no hay si quiera camino. Es aquí y ahora.


(Gracias, Shubhaa :-))

sábado, 18 de septiembre de 2010

Actuar sobre la base de la locura


Cada vez estoy más convencida de que lo que dicen los sistemas de creencias orientales al respecto de nuestra mente es cierto: nuestra mente está enferma, y actuamos sobre la base de la locura. Al principio, escuchaba estas aseveraciones y me parecían exageradas, una forma pintoresca de llamar la atención sobre dos ideas: lo que percibimos no es en ningún caso la realidad y además, no tenemos la capacidad de hacernos una idea de lo que hay “ahí fuera”. Nuestro cerebro inventa la realidad para ayudarnos a entender lo básico en ella: generaliza, simplifica y elimina.

La forma en que el cerebro inventa es bonita y anecdótica cuando nos quedamos en las paradojas de la percepción, en las famosas ilusiones ópticas, en el conocimiento de las violaciones que se hacen del lenguaje, en comprender que inferimos aquello que no nos han dicho, etc. Para mí, todo esto deja de ser bonito en lo que respecta a la burrocracia. Sí, he dicho bien, ésta debiera ser la forma en que esta palabra se escribe, burrocracia, porque es una cosa de burros (con perdón de los burros), de mulas de carga, de ineptos mentales que ponen en evidencia trastornos mentales importantes.

Algunos grandes sistemas (gobiernos, empresas) se aferran a los procedimientos, protocolos, sistemas, planes… en los que se invierte el 80% del tiempo de muchos empleados, para producir acaso un 1% mejor (ni siquiera se cumple la regla inversa del 80/20). ¿Por qué este amor por papelorios, documentos digitales, archivos, carpetas? ¿Cómo puede preocupar o importar lo más mínimo que un sello de empresa se ponga en azul o en rojo, o que se firme un documento en azul o en negro? ¿Cómo puede tener sentido que haya personas que destinan copias de documentos a sí mismas, o que personas que físicamente están a unos 5 metros tengan que guardar archivos de copias del mismo (puto) papel? Pues sí, no me lo estoy inventando: lo he vivido.

Volviendo sobre la sabiduría oriental, he de agradecer a mi amiga Shubhaa que me haya presentado a Osho. Lamentablemente, yo había incluido a Osho en una lista de listillos que se ganan la vida diciendo lo que han dicho otros pero peor, sin haberlo comprendido ni realizado, con el fin de venderlo gracias a un marketing envidiable. No, Osho no es de estos, sí lo ha comprendido, sí lo ha realizado. Este verano pude por fin leer, al principio con escepticismo y luego con creciente interés, una buena parte de un libro de Osho. Para ser exactos, Osho no ha escrito un libro, sino que se han transcrito sus charlas, y esto me dice que él no hizo la tarea del marketing de que hablaba antes: ¿para qué? Y ahora he tenido acceso a otro libro de Osho, El libro de la nada, en el que hemos encontrado un párrafo relacionado con el tema que tratamos:


LA MENTE ES UNA ENFERMEDAD. Esta es una verdad básica que Oriente ha
descubierto. Occidente dice que la mente puede enfermarse, o puede sanarse. La
psicología occidental depende de esto: que la mente puede estar sana o enferma.
Pero Oriente dice que la mente como tal es la enfermedad, que no puede estar
sana. Ninguna terapia psiquiátrica puede servir de ayuda; como mucho puede hacer
que esté normalmente enferma.

Así que en relación a la mente existen dos tipos de enfermedades: normalmente enferma (esto es, que tienes la misma enfermedad que otros a tu alrededor) o anormalmente enferma, que quiere decir que padeces algo único: tu enfermedad no es algo ordinario; es excepcional. Tu enfermedad es algo individual, no colectivo; esta es la única diferencia. O normalmente enferma o anormalmente enferma, pero la mente no puede estar sana. ¿Por qué? Oriente dice que la propia naturaleza de la mente es tal que siempre estará enferma. La palabra «salud» es hermosa, procede de la misma raíz que la palabra «totalidad». Salud, curación, totalidad, sagrado o santo…: todas estas palabras proceden de la misma raíz.

La mente no puede estar sana porque nunca puede estar entera. La mente siempre está dividida; la división es su base. Si no puede estar íntegra, ¿cómo va a poder estar sana?, y si no puede estar sana, ¿cómo va ser sagrada? Todas las mentes son profanas. No existe cosa tal como una mente santa. Un hombre santo vive sin mente porque vive sin división.
Si entras en tu oficina y te encuentras primates en lugar de humanos, ¿no te parecería raro su comportamiento? A ver, todos sentados “de cara a la pared”, contemplando unas pantallas, en silencio, sin relacionarse de forma “natural”, manejando con interés sesudo unas hojas de papel, cruzándose por el pasillo machos y hembras sin desplegar un intento de flirteo “natural”, sentados hora tras hora tras hora, sin rascarse, y lo más importante, sin tocar a ningún otro. ¿Puedes ver la imagen? Quizá se te ha colado en la mente un conjunto de chimpancés vestidos, de esos que vemos en los posters. Chimpancés vestidos con mentes enfermas que se fijan en si un texto está escrito en letra Arial o en Times en lugar de estar saltando de un árbol a otro, comiendo, o simplemente descansando…

domingo, 5 de septiembre de 2010

Pero, ¿qué estás buscando?

Seguimos con ese buscador que no es tal, y que no es encontrador, y que en definirse a sí mismo/a se pasa media vida... o toda ella. Este buscador “ficticio” tiene otra característica que quizá no hemos mencionado más que de pasada: busca objetos que no existen. No es que busque objetos difíciles de encontrar, es que lo que busca es una creación que está en su mente, y que no concuerda con la realidad porque suele reunir características de objetos reales que son opuestos. Es como si se definiera un objeto inexistente con la absurda esperanza de que, tan sólo por haberlo definido, se convirtiera en real, se materializara.

Esto de buscar una definición que no existe puede parecerse a buscar un animal inventado, o extinguido. Por mucho que busquemos dinosaurios sobre la tierra, sólo encontraremos sus pequeños parientes, los reptiles (y quizá las aves). Pero como el buscador ficticio no quiere encontrar nada, dirá que esto no es un dinosaurio y que vaya cosa más cutre se le ha aparecido en forma de lagartija.

Es el bucle infinito de buscar una definición que está en la propia cabeza, no encontrarla, olvidar lo que se estaba buscando, y volver a definirlo partiendo de cero, pero definir lo mismo otra vez.

Ésta es la razón por la que el buscador que no es puro, o buscador ficticio, sigue dando tumbos por la vida y siente que sufre, siente que ve espejismos, corre hacia ellos, y se desintegran en sus narices: el buscador ficticio OLVIDA lo que estaba buscando. Y lo olvida porque este es el mecanismo que permite que siga en su actividad febril y estéril, es lo que provoca que sea un/a experto/a en amargarse la vida.

Nada que ver con un verdadero buscador, de pura raza, que sabe que lo es desde que nace hasta que muere, y que se siente como pez en el agua en esta actividad. El buscador puro tiene en común con el encontrador que no define nada, tan sólo se deja llevar. Un buscador que no se deja llevar no está buscando, está tratando de encontrar en los objetos del mundo real aquellos idealizados que están en su mente. Son objetos platónicos. Un buscador puro, sin embargo, no suele tener ideas prefijadas en la cabeza, tan sólo actúa, motivado por el descubrimiento de la novedad, de lo diferente, del juego.

Entonces, los buscadores ficticios solemos utilizar dos mecanismos devastadores que nos mantienen en un juego sin fin: buscar objetos con características opuestas, y olvidar aquello que buscábamos.

Cuando buscamos objetos de características opuestas, buscamos trabajos desafiantes, motivadores, con poco horario, muy bien pagados, estables y vitalicios. O buscamos parejas que sean amantes, maridos (o mujeres), comprensivos pero aguerridos, fuertes y viriles pero sensibles, y un largo etcétera. A veces, algunos puestos de trabajo combinan ser motivadores con ser estables, y a veces, algunas parejas son atractivas pero leales...

Lo que le pasa al buscador ficticio es que persigue lo que perseguiría cualquier buscador puro (esto es, la novedad, la diferencia, el desafío, el juego, la motivación) y lo que perseguiría cualquier encontrador (esto es, la estabilidad, la rutina, la seguridad, el apego, el apoyo). El buscador ficticio se queda en medio y no encuentra por dónde tirar, al polarizar en exceso el mundo, y querer ver los polos opuestos recogidos en el mismo ser, en el mismo objeto.

Además, decíamos que el buscador ficticio olvida. Define aquello que quiere, lista de forma pormenorizada las características de su trabajo ideal o de su pareja ideal, y se pone a buscar. Pronto comprueba que lo que hay fuera no se adapta a lo que él/ella ha definido. En lugar de corregir su modelo platónico, de redefinir, de renunciar a algunos rasgos por otros preferidos, decide que el modelo no funciona y lo borra de su mente... o eso cree. Al cabo del tiempo, tras diversos choques con la realidad, el buscador ficticio construye con esfuerzo nuevos modelos platónicos que, curiosamente, se corresponden bastante con los que tuvo antes. Pero no se acuerda.

Si como yo eres buscador/a ficticio/a, te recomiendo una de dos: dejar el modelo en la basura definitivamente, o retocarlo eligiendo por primera vez en tu vida aquello a lo que no tienes más remedio que renunciar para obtener aquello otro que deseas por encima de todo.

Cuéntame cómo te va.

miércoles, 11 de agosto de 2010

¿Qué es lo que nos rodea?


Hace tiempo que encuentro extraño que ciertos productos como los detergentes no indiquen cuál es su composición, cuando en ellos veo señales como una X grande con fondo naranja, que puede significar "nocivo" o "irritante". Incluso me llamaba la atención el icono de los insecticidas, que tiene un pez y un árbol muertos.

Hace unos meses, una doctora me habló de una dieta antioxidante. No se trataba de adelgazar (o engordar), sino de alimentarse con nutrientes que sirvieran al cuerpo para hacer su trabajo. Me recomendó una serie de alimentos y me desaconsejó otros.

Después, di en las librerías con un libro llamado Anticáncer, de un autor tan prestigioso como David Servan-Schreiber (Curación Emocional), y que demuestra que la alimentación y las sustancias químicas a las que se está expuesto influyen directamente en desarrollar esta enfermedad.

No acababa de convencerme de comprar este libro cuando encontré "el" libro que recogía todo lo que llevo escuchando desde hace meses. Este libro se llama Antitóxico y está escrito por Carlos de Prada, un periodista especializado en la investigación de la contaminación química, tóxica, que se da en las sociedades más industrializadas.

Considerar todo lo que tiene sustancias tóxicas puede llevar a más de uno a desistir de huir de ellas. Tan sólo un elemento, como el policarbonato, que libera una sustancia tóxica que es "disruptor endocrino", llamada bisfenol A, se encuentra en todo tipo de aparatos que usamos a diario: PCs, DVDs, TVs, gafas de sol, botellas de agua, contenedores de leches para bebés... La alarma ha saltado cuando se ha podido comprobar que el bisfenol A ha producido literalmente el cambio de sexo de muchas especies animales. Actúa como un estrógeno, es decir, feminiza a los machos de las especies. Para saber más: http://www.endocrinedisruption.com/home.php

Aquella doctora que me pilló perpleja me explicó que la mayoría del pescado en España está contaminado de metales pesados como el mercurio. En la obra de Carlos de Prada puede encontrarse una referencia a este tema, así como de qué forma averiguar qué pescados son los más contaminados, y por tanto cuáles deben ser evitados especialmente por las embarazadas.

La doctora también me habló de volver a las costumbres de las abuelas. Las abuelas no envolvían en plástico la comida. Las abuelas no lavaban con unos detergentes irritantes, ni utilizaban unos suavizantes neurotóxicos. Es cierto que la mención a las abuelas puede parecer idílica, puede resultar que evocamos un tiempo que nunca ocurrió, pues también las abuelas lavaron a mano, y se dejaron la piel literalmente en el intento. Sin embargo, me llama la atención que Carlos de Prada también haga mención a los remedios de las abuelas, como fregar con vinagre o limpiar con bicarbonato, utilizar el limón, la miel, utilizar esencias naturales...

Se trata más bien de ser más conscientes de los productos que nos rodean. A veces no se trata tanto de que un solo producto contenga un elemento que puede ser potencialmente dañino para la salud. A veces se trata de que muchos de los productos que nos rodean, cosméticos, insecticidas, detergentes, limpiadores... contienen sustancias que poco a poco van influyendo en nuestro delicado equilibrio metabólico y hormonal.

Realmente llama la atención tanto la desinformación que hay sobre el tema como el poco interés de saber qué es aquello no especificado en una etiqueta, o especificado en inglés, o descrito con palabras incomprensibles para quien no haya estudiado en la rama de Químicas.

Pienso que sí se puede hacer mucho, al menos a nivel individual, y que esto que se haga puede contribuir a una menor cantidad de tóxicos químicos a nivel global.

Soy capaz de imaginar algunas mentes escépticas pensando que esto es como retornar a la Edad Media y que parece tratarse de vivir como los Amish. Realmente yo misma soy una persona muy escéptica, y no me ha costado ningún trabajo sustituir determinados detergentes por el vinagre y el bicarbonato, por ejemplo, o asegurarme de tomar antioxidantes como las nueces y las frutas. Para el resto, tenemos herbolarios que nos pueden proporcionar desde una «ecobola de lavar» (una tecnología que permite usar la lavadora sin detergente ni suavizante), o cosméticos y productos de limpieza y alimentación que son más saludables. No olvidemos que la agricultura biológica va ganando terreno porque parece responder más al sentido común.

En este tema no soy más que una opinión. Puedes saber más en el propio blog de Carlos de Prada: http://carlosdeprada.wordpress.com/.

Suerte en esta nueva aventura: no tiene fin.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Buscando amargarte la vida


Esta entrada va dedicada a Marisa, Javier y Maite. A Marisa, porque descubrió que era una buscadora y se sintió identificada con el anterior post sobre el tema. A Javier, porque me habló de El arte de amargarse la vida y esto me ha ayudado a avanzar sobre el tema buscar-encontrar. A Marisa, porque reivindicó lo bonito de ser cometas en lugar de estrellas. Gracias a los tres.

Pero que esté dedicada a ellos no significa que no te valga a ti. Al contrario, si te ha atraído el tema, estás en el sitio correcto, a ver si podemos dar algunas respuestas.

Cuidado con la llegada. Esto es lo que nos dice Watzlawick en el libro que he mencionado antes. Algunos estamos en viaje permanente, y ponemos mucho cuidado en no llegar nunca. No llegar nunca es nuestro arte para amargarnos la vida. Y es que, cuando no hemos alcanzado esa meta lejana, admirable, y propia de los héroes de novela, se nos presenta como algo mucho más romántico, atractivo y seductor. Cuando ya se ha alcanzado, deja de ser apetecible, y pasa a ser cotidiana. Lo cotidiano, rutinario y conocido es, esencialmente, mucho más aburrido. Por tanto, llegar es destruir el sueño.

Es un juego al que jugamos con los demás y con nosotros mismos. Conozco a muchas personas que trabajan en oficinas a quienes les encanta fantasear con lo que pasaría si les tocara la lotería. Todo es idílico. Lo primero que harían, claro, es dejar de trabajar. Y después se suelen mencionar destinos paradisíacos, playas, hamacas, cambios de casa, cambios de todo tipo... Es curioso que haya datos que nos muestran cómo personas a las que les tocó la lotería han caído en un estado de pobreza peor una vez gastado el dinero. Desde luego, eso no es lo que soñaron que harían con esa tremenda suerte en su mano.

Volviendo al juego de «nunca llegar», a mí lo que me ha pasado es que me he cansado de no llegar nunca. Como juego está gracioso, cuando ya se comprueba que es una forma de amargarse la vida, deja de tener tanta gracia. De nuevo, no afirmo que todos los que son buscadores estén complicándose su existencia. Quizá los buscadores puros han encontrado su forma de ser felices. Esto distingue entonces a los buscadores puros de todos los demás, que no acertamos a vislumbrar el puerto donde queremos amarrar el barco, quizá porque no existe, quizá porque se trata de una forma de vivir tan contraria a la que hemos llevado hasta ahora, que ni siquiera sabemos en qué consiste. Utopía significa «en ninguna parte».

Otra forma de buscador no puro es aquel que se pasa años construyendo una vida para luego destruirla a los pocos meses, con el fin de construir otra con un gran esfuerzo, sin utilizar ninguna de las piezas de la anterior, y con el mismo destino futuro. Yo lo visualizo como construir un castillo, pieza a pieza, y cuando se está a punto de poner la bandera en lo alto, o la última almena, o el detalle del puente levadizo, entonces se decide que este castillo es una mierda, pero así, finamente, que es una mierda, que hay que pisotearlo y destruirlo ya porque ni remotamente responde al plano que nos habíamos creado en la mente. Entonces se le arrancan piezas y se le destruye muy rápido, no sea que permanezca ahí. Por si fuera poco, salimos corriendo y lo dejamos atrás, no sea que descubramos que hay algunas piezas (o muchas, o todas) que se podrían reutilizar para lo siguiente, para lo que venga, para seguir viviendo.

El buscador puro no habría construido ningún castillo, sino que lo habría alquilado para pasar el fin de semana.

Por supuesto, hay otras formas igualmente interesantes de amargarse la vida, y casi todas ellas coinciden en no comprobar cuál es la realidad en cada momento, sino aferrarse a unas ideas únicas, inamovibles, y muy personales que hacen del mundo propio una auténtica pesadilla. Hace tiempo reflexioné que cada uno se construye su propio infierno, y luego vive en él quejándose de lo horrible que es. Un infierno de creencias como «no soy capaz», «el mundo es hostil», «el pasado fue mejor», «el pasado ha hecho que nunca más pueda ser feliz», etc. Algunos son tan convincentes en su descripción de estas pesadillas que arrastran a otros a la misma visión del mundo, o por lo menos les hacen ver lo que están sufriendo ellos y les someten a ser eternos cuidadores de la pobre víctima.

Quizá siga ahondando sobre esto en otras entradas.
¡Buen verano!

sábado, 12 de junio de 2010

Una flor pisoteada

Me pregunto en qué estaría pensando la flor que he pisado hoy, sin querer, descuidadamente, cuando paseaba. Sí, claro, las flores no piensan... De todos los seres vivos que hoy he sentenciado a muerte por el simple hecho de pasear por el campo, ¿cuántos de ellos han atraído semejante fin a sus vidas?

Está muy de moda decir que cada uno es responsable de lo que le sucede, de todo lo que le sucede. Además, está de moda la Ley de la Atracción, por la cual atraemos a nuestras vidas de forma casi mágica aquello en lo que no dejamos de pensar, sea positivo o negativo. Siempre que he oído esto, me he preguntado si uno atrae a su vida las enfermedades con las que nace, o los genes que le predisponen a tener cáncer. Según algunos, así es.

Por eso me pregunto perpleja qué pensaban esas flores, esas hormigas y demás bichos y plantas, cuando he depositado mi pie sobre ellos sin ninguna delicadeza.

¡Es tan absurdo pensar que lo han atraído hacia sí! Tan absurdo como pensar que las plantas y bichos de alrededor pensaban sólo cosas positivas y sólo atraían insectos amigos.

No cabe en nuestra mente esperar sucesos inesperados, de proporciones inmensas, y que cambian por completo nuestra existencia. Como un tsunami. Pero lo cierto es que estos sucesos marcan claramente nuestra historia, como defiende Nassim Taleb.

Nuestro cerebro está diseñado para tener esperanza por un futuro mejor (saldremos de la crisis, el año que viene habrá menos desempleo, ya se ven los brotes verdes de la economía), y está diseñado para olvidar rápidamente aquellos sucesos que no encajan en una progresión «normal» y ascendente de los acontecimientos. A expertos y no expertos, nos encanta la campana de Gauss, todo es la campana de Gauss, es decir, todo se distribuye de forma «normal», la virtud está en el punto medio y los extremos son raros de ver. Esto es verdad para variables como la altura o el peso de una persona. Esto no es tan cierto para variables como el dinero, la salud, o el pisotón que se lleva una flor en el campo.

Entonces, ¿debemos preocuparnos y tener miedo de acontecimientos totalmente inimaginables ahora? No se trata de eso, pero sí podríamos dejar de vivir en la falacia de que dominamos por completo nuestra vida, una vida «normal» en la que suceden cosas «normales», o dentro de lo imaginable. Por eso muchos siguen jugando a la lotería aunque no les toque nada, porque saben que hay sucesos que ocurren en contra de toda probabilidad.

Por cierto, ¿cómo podría una flor evitar ser aplastada por una bota de montaña? No puede. Es decir, incluso sabiendo lo que podría ocurrirle, conociendo por sus antepasadas flores que esto a veces sucede, la flor no se podría desplazar a zonas menos transitadas por el ser humano.

Cuando me hablan de que uno es responsable de lo que sucede en su vida, también vienen a mi mente las personas nacidas en países subdesarrollados, que contraen enfermedades que aquí se curan con una pastilla, que pasan hambre, que malviven, que no tienen agua potable... ¿Ah, que lo han elegido ellos, que son responsables, que bien podrían desplazarse a otro sitio? No, no pueden. Ya se está viendo. No se les permite si quiera eso. El gran pie les aplasta allí, y punto.
Y no es que esta forma de pensar perjudicial (es una especie de opio) se quede sólo en mundos esotéricos, es que en la formación que se da en empresas también se habla de ello, con la proactividad, la fijación de objetivos, la responsabilidad frente al victimismo... He visto empresas entre cuyos valores está prever con anticipación el futuro y tomar medidas. Estupendo, ahora premian prever la pisada de una bota de montaña. O bien, premian entrever que ocurrirá un 11-S que tirará abajo las torres gemelas, o que un tsunami desolará todo un país, o que habrá una horrible guerra entre hermanos donde antes reinaba la paz. ¿Cómo esperan que lo hagamos? ¿Alguien trae bola de cristal consigo?

miércoles, 9 de junio de 2010

Somos hijos del momento


Somos hijos del momento. ¿Por qué no disfrutar de lo que está aconteciendo, del día en sí?

El viento se agita fuera, está nublado, la radio suena con las mismas canciones de siempre, los planes del mañana rondan por tu cabeza, incluso los de dentro de unas horas. Pero, si se despoja al momento presente del recuerdo y del pensamiento del futuro, ¿qué queda? Si se le separa de la continuidad de lo que acaba de ocurrir, ¿qué pasa? ¿Qué es? Un enorme silencio. El infinito. La inmensidad. El Amor.

Sólo estás vivo/a en el momento presente. Vivimos una película mental, una ilusión de continuidad tipo Matrix. ¡Pero si ni siquiera somos!

Esta sensación que estoy teniendo al fijarme en el momento presente es la que tengo cuando buceo: no puedo pensar, sólo respirar y sentirme viva, gracias precisamente a la respiración. Y si esta sensación es tan agradable, tan inmensa y real, ¿por qué no trato de tenerla más veces?

Voy rápido por la vida, con miles de pensamientos obsesivos, neuróticos o eróticos también, y no me detengo ante la inmensidad de esta Voz del silencio tan potente.

Supongo que las plantas y los animales hacen esto de forma automática: respiran y son. Hijos del momento sin saberlo...

Cuando trabajo no es exactamente lo mismo. No estoy consciente, no estoy despierta, estoy como los animales y las plantas. ¿Realmente se podría estar consciente en el momento presente todo el tiempo?

Si realmente vives el momento presente, no estás esperando nada. Nada tiene que pasar, todo está aquí y todo es perfecto; simplemente, todo es. Lo veo todo a mi alrededor (objetos, muebles) como inamovible en el momento presente, como cuando se para el tiempo en Momo. Exactamente tengo esa sensación: se para el tiempo y deja paso a lo infinito.

martes, 23 de marzo de 2010

Buscador: ¿quieres encontrar?


Siempre he tenido la teoría de que las personas son infelices a causa de sus expectativas. Esperar que las cosas sucedan de una determinada forma supone una presión sobre la persona, que critica todo aquello que se aleja de lo esperado, y que se frustra si no logra lo que deseaba lograr.

Cuando exponía estos argumentos a otras personas, me decían: “pero el ser humano ha avanzado y hecho descubrimientos gracias a sus expectativas”. Y esto es muy cierto. Pensaba yo entonces: ¿qué expectativas es bueno tener y cuáles son perjudiciales? ¿Cómo las diferencio?

Ahora he dado un paso más en estas reflexiones, porque veo que hay personas que buscan y personas que encuentran. Un experto habló de personas maximizadoras y personas satisfactoras. Los que buscan, los que maximizan, nunca dirán: “aquí me planto”, sino que llegarán a un sitio y pensarán: “este lugar es ideal para, desde aquí, buscar aquello que verdaderamente me haría feliz”. Los que encuentran, los satisfactores, llegan a un sitio y se dicen: “aquí me quedo. Hay cosas que mejorar, pero poco a poco iré logrando que esto sea un paraíso. Aquí seré feliz”.

El secreto está en saber si se es un buscador, o si se es alguien que encuentra. Cuando un buscador cree ser alguien que encuentra, es permanentemente infeliz. Ve a su alrededor personas que se plantan, se quedan, echan raíces, y se siente nómada, errante, y siente que nunca logrará esa felicidad de aquellos que, desde su punto de vista, se conforman. El buscador, sin embargo, puede tener una descripción clara y concreta del lugar al que se dirige y aun así, una vez allí, estaría mirando hacia otros horizontes. “Quiero ir a Ítaca”, se dice el buscador. Y una vez en Ítaca, encuentra que, siendo aquello exactamente lo que sus expectativas habían marcado, no le gusta, y se va. El buscador es errante por naturaleza, y por naturaleza siempre pensará que puede haber algo mejor o, como mínimo, diferente.

El que encuentra es una persona que raras veces cree de sí mismo/a ser alguien que busca. Rápidamente detecta qué es lo bueno, y allí permanece, cerca del calor y del sustento. Sí, puede haber cosas mejores, pero en todos los sitios cuecen habas y más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

La expectativa de lograr un diez, el máximo, lo perfecto, es la que produce infelicidad, porque resulta que esto no existe. Para el que encuentra, un seis o siete es suficiente, ya se encargará él o ella de adornar aquello hasta que a sus ojos sea de diez. El que encuentra alcanza un estado de felicidad, o mejor, de placidez, al establecerse allí donde llega. Para el que busca, sería bueno darse cuenta de que no existe lo que busca. El buscador que no sabe que lo es quiere dotar a lo temporal de tintes de eternidad, a lo humano, de rasgos divinos, a lo imperfecto, de perfección.

No existe Ítaca. No vas a llegar nunca. Por eso te cansas tanto. Te agotas porque cada vez que llegas a un puerto te dices: “¡es esto, es esto!”, y al cabo del tiempo te das cuenta de que “esto” no es perfecto, no es de diez, hay algo susceptible de ser mejorado. Si el buscador deja de comparar, y ésta es la palabra clave, comparar aquello que alcanza con lo que podría ser, entonces se liberará de una tremenda carga, una losa que le ahoga, la losa de las expectativas.

Para bajar a la tierra de los ejemplos, podemos decir que el buscador nunca encontrará su trabajo ideal, ni tampoco su pareja ideal, por ejemplo. Cuánto daño ha hecho el concepto de lo “ideal” platónico. Con lo fácil que es decir: “esto es lo que hay”, y llegando a la sabiduría de algunos místicos: “esto es perfecto tal como es”. Para un buscador o maximizador, que nada es perfecto tal y como es, convendría pensar en que no existe lo que busca. A ver, párate a pensarlo: si no existe lo que buscas, esto que tienes delante lo vas a ver con otros ojos. Si la hierba no es más verde al otro lado de la cerca, o si es más verde pero tiene más cardos, o si no hay hierba al otro lado, ¿qué te parece entonces la hierba que está a tu lado de la cerca?

Decía que iba a poner ejemplos: tienes un trabajo, con un sueldo, un horario, y unas tareas. Como buscador, sabes que el sueldo es mejorable, el horario podría ser mejor, y las tareas podrían ser más creativas y podrías utilizar todo tu potencial en otro sitio. Como buscador, sabes también que has hecho el cambio en muchas ocasiones, cambio que te ha resultado divertido pero del que estás ya cansado/a, y que siempre ha habido otra cosa que no funcionaba: por ejemplo, los compañeros, o el jefe, etc. ¿Y si ahora te propones que no existe la posibilidad de mejorar lo que ya tienes? Entonces lo que tienes deja de ser comparado con lo ideal, empieza a apreciarse por sus cualidades en sí, sin poner de continuo estas cualidades en una balanza. Quizá entonces empieces a ver el vaso medio lleno, porque no estarás poniendo atención en lo que falta en esa realidad para coincidir con tu ideal. Al contrario, pondrás atención en lo que hay para ver cómo puedes sacar provecho de ello, aprendiendo, ganando dinero, o cultivando las relaciones personales. Y paradójicamente, puede que entonces permanezcas más tiempo en cada puerto, porque ya no te pique el acicate de tener que escapar en busca de “lo mejor”.

Hay un cuento que cita Orison Swett Marden, y que creo que habla de esto mismo. Quizá ya la he contado. A otros lectores, o a ti mismo/a en otro momento: a otro lector. Espero que ahora te sirva, sobre todo si eres un buscador, como yo:

Cuenta una leyenda oriental que un poderoso genio prometió un regalo de gran
valor a una hermosa doncella, si atravesaba un trigal y, sin detenerse, ni
retroceder, ni cambiar de rumbo, lograba arrancar la mayor espiga. La recompensa
iría en proporción al tamaño de la espiga. Atravesó la muchacha el trigal,
viendo a su paso muchas espigas que podría segar, pero siguió adelante buscando
aquella que fuese muy superior a todas las demás, que claramente destacase, que
fuese la mejor, la mayor. Y así, llegó al otro lado del trigal sin haber
arrancado ninguna.

Con este planteamiento, es posible que todo buscador acabara convirtiéndose en encontrador. Una vez recorridas tierras y recorridos mares, y los cielos incluso. Pero un buscador puede incluso encontrar que lo que buscaba era buscar, es decir, ser nómada, no establecerse. Ésta es la felicidad de los buscadores que saben que lo son, saber que su naturaleza es vagar, errar.

viernes, 29 de enero de 2010

Tu vida a vista de pájaro


Algunas personas me dicen que su vida no es muy emocionante. Sienten que les falta riqueza, que se han dejado llevar por la inercia y esto les ha arrastrado a la desmotivación. Se preguntan: "¿Adónde iba yo?", y mientras tanto, esperan que un fenómeno desde fuera entre en sus vidas y lo cambie todo para bien.


Cuando montas en un avión de noche, desde que despega empiezas a contemplar la ciudad que dejas atrás como un todo. Lo que era una pista de despegue pronto queda como una línea de luces que se relaciona con otra, y con otra, y forman una especie de neurona de luz. Piensas en las personas ahí abajo, y te parecen hormiguitas. Y piensas que los problemas de esas hormiguitas parecen mucho más pequeños desde aquí arriba.


Es posible subirse a un helicóptero, a un globo, o a un pájaro, y contemplar la propia vida como contemplas tu ciudad neuronal desde el avión. Es posible hacerlo en el espacio y en el tiempo. En el espacio, alejándote de las circunstancias más próximas y viendo tu presente como un todo de interrelaciones. En el tiempo, viendo que lo que estás haciendo justo ahora encaja como una pieza en un puzle en el que ya está dibujado tu pasado y hay un futuro más adelante.


A veces es complicado visualizar este futuro. Puede ser porque es lejano, como cuando estudias una carrera universitaria y piensas en los años que te quedan, y puede ser porque no está asegurado, como cuando deseas "llegar a ser": llegar a ser actor o actriz, escritor/a, cantante, pintor/a...


Esto también me ha pasado a mí, no te lo estoy contando desde una tribuna del que ha escuchado cientos de casos con cierta condescendencia y compasión. Al contrario, yo he necesitado más de una vez subirme a un pájaro y contemplar mi vida desde arriba para comprender la importancia de la piececita del puzle en la que me encontraba.


En especial, esto ha sido así en la escritura de mi primer libro publicado (el cuarto que escribo). Al proyectar todo un manual, con sus módulos, temas y epígrafes, aquello parecía un mundo. Y gracias, precisamente, a esta estructura inicial de módulos, temas y epígrafes, cada día daba un pasito, cada semana completaba un tema, y al final conseguí terminar el manual en cuatro meses.


Cuando contemplé mi vida a vista de pájaro pude ver a una persona que ha apostado por su pasión. Que ha pasado de dejarse llevar por la inercia de un trabajo administrativo a dejarse llevar por la creatividad y la producción. Me vi desde fuera, como alguien independiente, capaz, que ha construido una vida desde cero, que sabe buscar sus recursos, es valiente, está luchando, toma decisiones importantes sin miedo.


Pensaba de mí que soy una persona impaciente, y desde arriba pude ver mi capacidad para esperar, para retardar la recompensa, para plantar semillas laboriosamente, en todos los campos, y regarlas esperando que algún día crezcan. Pensaba que el tiempo no pasaba, y vi que ya había hecho muchas pequeñas y grandes cosas que configuran mi tiempo presente y futuro de una forma bella, única. Pensaba que lo que necesitaba estaba lejos o era inalcanzable, y vi que el universo parecía colocado para concederme lo que necesitaba en cada momento; lo tenía todo a mano, todo lo que pensaba que me faltaba, lo tenía tan cerca...


Como esa fila de lucecitas que se ve desde el avión, vi mi camino. Desde abajo sólo ves cada paso, pero desde arriba se percibe la senda.


Todas estas "cosas maravillosas e increíbles" están a tu alcance. No es que yo pueda ver esto porque soy especial, porque he logrado tal o cual cosa o he pasado por tal o cual experiencia. Está en la mano de cada uno/a cerrar los ojos, sentir que se eleva por encima de su propia vida, y ver el panorama general que ofrece. Está en tu mano entender qué significa estar donde estás, saber qué te ha llevado hasta allí, y vislumbrar cómo puede ser el futuro más inmediato.