sábado, 18 de septiembre de 2010

Actuar sobre la base de la locura


Cada vez estoy más convencida de que lo que dicen los sistemas de creencias orientales al respecto de nuestra mente es cierto: nuestra mente está enferma, y actuamos sobre la base de la locura. Al principio, escuchaba estas aseveraciones y me parecían exageradas, una forma pintoresca de llamar la atención sobre dos ideas: lo que percibimos no es en ningún caso la realidad y además, no tenemos la capacidad de hacernos una idea de lo que hay “ahí fuera”. Nuestro cerebro inventa la realidad para ayudarnos a entender lo básico en ella: generaliza, simplifica y elimina.

La forma en que el cerebro inventa es bonita y anecdótica cuando nos quedamos en las paradojas de la percepción, en las famosas ilusiones ópticas, en el conocimiento de las violaciones que se hacen del lenguaje, en comprender que inferimos aquello que no nos han dicho, etc. Para mí, todo esto deja de ser bonito en lo que respecta a la burrocracia. Sí, he dicho bien, ésta debiera ser la forma en que esta palabra se escribe, burrocracia, porque es una cosa de burros (con perdón de los burros), de mulas de carga, de ineptos mentales que ponen en evidencia trastornos mentales importantes.

Algunos grandes sistemas (gobiernos, empresas) se aferran a los procedimientos, protocolos, sistemas, planes… en los que se invierte el 80% del tiempo de muchos empleados, para producir acaso un 1% mejor (ni siquiera se cumple la regla inversa del 80/20). ¿Por qué este amor por papelorios, documentos digitales, archivos, carpetas? ¿Cómo puede preocupar o importar lo más mínimo que un sello de empresa se ponga en azul o en rojo, o que se firme un documento en azul o en negro? ¿Cómo puede tener sentido que haya personas que destinan copias de documentos a sí mismas, o que personas que físicamente están a unos 5 metros tengan que guardar archivos de copias del mismo (puto) papel? Pues sí, no me lo estoy inventando: lo he vivido.

Volviendo sobre la sabiduría oriental, he de agradecer a mi amiga Shubhaa que me haya presentado a Osho. Lamentablemente, yo había incluido a Osho en una lista de listillos que se ganan la vida diciendo lo que han dicho otros pero peor, sin haberlo comprendido ni realizado, con el fin de venderlo gracias a un marketing envidiable. No, Osho no es de estos, sí lo ha comprendido, sí lo ha realizado. Este verano pude por fin leer, al principio con escepticismo y luego con creciente interés, una buena parte de un libro de Osho. Para ser exactos, Osho no ha escrito un libro, sino que se han transcrito sus charlas, y esto me dice que él no hizo la tarea del marketing de que hablaba antes: ¿para qué? Y ahora he tenido acceso a otro libro de Osho, El libro de la nada, en el que hemos encontrado un párrafo relacionado con el tema que tratamos:


LA MENTE ES UNA ENFERMEDAD. Esta es una verdad básica que Oriente ha
descubierto. Occidente dice que la mente puede enfermarse, o puede sanarse. La
psicología occidental depende de esto: que la mente puede estar sana o enferma.
Pero Oriente dice que la mente como tal es la enfermedad, que no puede estar
sana. Ninguna terapia psiquiátrica puede servir de ayuda; como mucho puede hacer
que esté normalmente enferma.

Así que en relación a la mente existen dos tipos de enfermedades: normalmente enferma (esto es, que tienes la misma enfermedad que otros a tu alrededor) o anormalmente enferma, que quiere decir que padeces algo único: tu enfermedad no es algo ordinario; es excepcional. Tu enfermedad es algo individual, no colectivo; esta es la única diferencia. O normalmente enferma o anormalmente enferma, pero la mente no puede estar sana. ¿Por qué? Oriente dice que la propia naturaleza de la mente es tal que siempre estará enferma. La palabra «salud» es hermosa, procede de la misma raíz que la palabra «totalidad». Salud, curación, totalidad, sagrado o santo…: todas estas palabras proceden de la misma raíz.

La mente no puede estar sana porque nunca puede estar entera. La mente siempre está dividida; la división es su base. Si no puede estar íntegra, ¿cómo va a poder estar sana?, y si no puede estar sana, ¿cómo va ser sagrada? Todas las mentes son profanas. No existe cosa tal como una mente santa. Un hombre santo vive sin mente porque vive sin división.
Si entras en tu oficina y te encuentras primates en lugar de humanos, ¿no te parecería raro su comportamiento? A ver, todos sentados “de cara a la pared”, contemplando unas pantallas, en silencio, sin relacionarse de forma “natural”, manejando con interés sesudo unas hojas de papel, cruzándose por el pasillo machos y hembras sin desplegar un intento de flirteo “natural”, sentados hora tras hora tras hora, sin rascarse, y lo más importante, sin tocar a ningún otro. ¿Puedes ver la imagen? Quizá se te ha colado en la mente un conjunto de chimpancés vestidos, de esos que vemos en los posters. Chimpancés vestidos con mentes enfermas que se fijan en si un texto está escrito en letra Arial o en Times en lugar de estar saltando de un árbol a otro, comiendo, o simplemente descansando…

domingo, 5 de septiembre de 2010

Pero, ¿qué estás buscando?

Seguimos con ese buscador que no es tal, y que no es encontrador, y que en definirse a sí mismo/a se pasa media vida... o toda ella. Este buscador “ficticio” tiene otra característica que quizá no hemos mencionado más que de pasada: busca objetos que no existen. No es que busque objetos difíciles de encontrar, es que lo que busca es una creación que está en su mente, y que no concuerda con la realidad porque suele reunir características de objetos reales que son opuestos. Es como si se definiera un objeto inexistente con la absurda esperanza de que, tan sólo por haberlo definido, se convirtiera en real, se materializara.

Esto de buscar una definición que no existe puede parecerse a buscar un animal inventado, o extinguido. Por mucho que busquemos dinosaurios sobre la tierra, sólo encontraremos sus pequeños parientes, los reptiles (y quizá las aves). Pero como el buscador ficticio no quiere encontrar nada, dirá que esto no es un dinosaurio y que vaya cosa más cutre se le ha aparecido en forma de lagartija.

Es el bucle infinito de buscar una definición que está en la propia cabeza, no encontrarla, olvidar lo que se estaba buscando, y volver a definirlo partiendo de cero, pero definir lo mismo otra vez.

Ésta es la razón por la que el buscador que no es puro, o buscador ficticio, sigue dando tumbos por la vida y siente que sufre, siente que ve espejismos, corre hacia ellos, y se desintegran en sus narices: el buscador ficticio OLVIDA lo que estaba buscando. Y lo olvida porque este es el mecanismo que permite que siga en su actividad febril y estéril, es lo que provoca que sea un/a experto/a en amargarse la vida.

Nada que ver con un verdadero buscador, de pura raza, que sabe que lo es desde que nace hasta que muere, y que se siente como pez en el agua en esta actividad. El buscador puro tiene en común con el encontrador que no define nada, tan sólo se deja llevar. Un buscador que no se deja llevar no está buscando, está tratando de encontrar en los objetos del mundo real aquellos idealizados que están en su mente. Son objetos platónicos. Un buscador puro, sin embargo, no suele tener ideas prefijadas en la cabeza, tan sólo actúa, motivado por el descubrimiento de la novedad, de lo diferente, del juego.

Entonces, los buscadores ficticios solemos utilizar dos mecanismos devastadores que nos mantienen en un juego sin fin: buscar objetos con características opuestas, y olvidar aquello que buscábamos.

Cuando buscamos objetos de características opuestas, buscamos trabajos desafiantes, motivadores, con poco horario, muy bien pagados, estables y vitalicios. O buscamos parejas que sean amantes, maridos (o mujeres), comprensivos pero aguerridos, fuertes y viriles pero sensibles, y un largo etcétera. A veces, algunos puestos de trabajo combinan ser motivadores con ser estables, y a veces, algunas parejas son atractivas pero leales...

Lo que le pasa al buscador ficticio es que persigue lo que perseguiría cualquier buscador puro (esto es, la novedad, la diferencia, el desafío, el juego, la motivación) y lo que perseguiría cualquier encontrador (esto es, la estabilidad, la rutina, la seguridad, el apego, el apoyo). El buscador ficticio se queda en medio y no encuentra por dónde tirar, al polarizar en exceso el mundo, y querer ver los polos opuestos recogidos en el mismo ser, en el mismo objeto.

Además, decíamos que el buscador ficticio olvida. Define aquello que quiere, lista de forma pormenorizada las características de su trabajo ideal o de su pareja ideal, y se pone a buscar. Pronto comprueba que lo que hay fuera no se adapta a lo que él/ella ha definido. En lugar de corregir su modelo platónico, de redefinir, de renunciar a algunos rasgos por otros preferidos, decide que el modelo no funciona y lo borra de su mente... o eso cree. Al cabo del tiempo, tras diversos choques con la realidad, el buscador ficticio construye con esfuerzo nuevos modelos platónicos que, curiosamente, se corresponden bastante con los que tuvo antes. Pero no se acuerda.

Si como yo eres buscador/a ficticio/a, te recomiendo una de dos: dejar el modelo en la basura definitivamente, o retocarlo eligiendo por primera vez en tu vida aquello a lo que no tienes más remedio que renunciar para obtener aquello otro que deseas por encima de todo.

Cuéntame cómo te va.