viernes, 7 de diciembre de 2012

¿Progreso? ¿Avance? ¿Hacia qué?


Las nuevas montañas de mis paseos por el campo me gustan más bien poco.

Mira que son años ya viendo cómo el campo se contrae, se recoge hacia atrás, se borra, se sume en la nada. Y sin embargo, cada vez que me toca verlo de nuevo, me lastima como si fuese a mí a quien le están robando el espacio.

Quizá se debe a que siempre viví en el límite de las ciudades, o a que busqué sus límites para encontrar el campo. Tras el disfrute de vagar por entre los árboles y las plantas, tuve que ver la destrucción, la excavación, la devastación.

Me recuerda a La historia interminable, cuando el mundo de la fantasía va desapareciendo, comido por la nada. Tal vez los campos que recorro pertenezcan también al mundo de la fantasía, y con menos personas creyendo en ellos, ya parece que no son necesarios.

Me pregunto a veces por el origen antropológico de esta sensación tan devastadora como si algo me estuviese sucediendo a mí, en el cuerpo. Y pienso que puede deberse a que el campo en realidad siempre nos ha dado de comer. Es del campo, de la selva, del bosque, de donde nosotros sacamos los alimentos. Sigue siendo así, pero hemos perdido ese vínculo tan lógico, y hemos empezado a pensar que los alimentos emergen como por arte de magia en los supermercados.

Sé que las zonas que yo transito no daban muchos alimentos, pero sí daban setas de todas las variedades, sí daban bellotas, moras, hinojo, tomillo…
Ahora me ponen la valla delante de los ojos y me ponen un señor tachado, que indica que no puedo seguir andando, al menos temporalmente, por mi vía pecuaria preferida. Levantan la tierra y la convierten en una carretera en un abrir y cerrar de ojos.


¿Progreso? ¿Avance? ¿Hacia qué?